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La marquesa no hacía caso de aquella música que estaba cansada de oír. Su nieto era un precoz pianista, un monstruo, un fenómeno de agilidad y de buen gusto. Había sido discípulo y era ya émulo de los primeros pianistas franceses. Orgullosa de esta aptitud, la marquesa obligaba al muchacho a estudiar diez horas al día.

Las naciones tendrían que ponerse en venta, el globo terráqueo saldría á pública subasta, los hombres serían esclavos, todas las mujeres se alquilarían para entregarle el producto de su deshonor; y aun así, sería preciso que solicitasen un plazo de unos cuantos miles de años para quedar bien con él, acreedor del universo, sentado en su banqueta de pianista como sobre un trono.

El más antiguo en la casa era un joven moreno, casi cobrizo, pequeño de cuerpo, con luengas y lacias melenas. Teófilo Spadoni, famoso pianista, hijo de italianos esto era indiscutible , pero nacido, según él, unas veces en el Cairo, otras en Atenas ó en Constantinopla, en todas las ciudades adonde había emigrado su padre, pobre sastre napolitano.

El pianista se había fugado á Niza, al salir del Casino, con sus amigos los ingleses, que jugaban al poker en el landó. Novoa estaba invitado á comer por un colega del Museo, y no volvería hasta media noche. Miguel recordó sus impresiones de la tarde.

Spadoni, como si despertase de pronto, se encaró con Castro, continuando en alta voz sus pensamientos. ...Es una martingala que inventó un lord ya difunto y que le hizo ganar millones. Ayer me lo explicaron. Primeramente, pone usted... ¡Ah, no, pianista del demonio! clamó Atilio . Ya me explicará eso en el Casino, si es que tengo la curiosidad de oirle.

Abandonó á Robledo, y fué al encuentro del pianista, que rondaba la mesa, pasando de un criado á otro para repetir sus peticiones de emparedados y de copas. Déme su brazo... Beethoven. Al deslizarse entre dos grupos, dijo, mostrando al músico: Voy á escribir cualquier día un libreto de ópera para él, y entonces la gente se verá obligada á hablar menos de Wágner.

De posada en posada, arrojado de todas poco después de haber entrado, metiéndose en la cama para que le lavasen la única camisa que tenía, el calzado roto, los pantalones con hilachas por debajo, sin cortarse el pelo y sin afeitarse, rodó Juan por Madrid no cuánto tiempo. Pretendió, por medio de uno de los huéspedes que tuvo, más compasivo que los demás, la plaza de pianista en un café.

Y mientras el griego entregaba quince mil francos al croupier depositario de la banca, el pianista se inclinó modestamente. Algunas jugadoras supersticiosas reconocieron que la duquesa había procedido con gran cordura al confiar su suerte á este simple. Los ojos de Alicia buscaron á Miguel en el triple óvalo de cabezas. Le sonrió levemente.

El padre anduvo enseñándolo por las principales ciudades de Europa, vestido como un príncipe, con su casaquita color de pulga, sus polainas de terciopelo, sus zapatos de hebilla, y el pelo largo y rizado, atado por detrás como las pelucas. El padre no se cuidaba de la salud del pianista pigmeo, que no era buena, sino de sacar de él cuanto dinero podía.

Con la sal que hay en los océanos dijo Novoa se podría construir todo el relieve del continente africano. El pianista volvió á agitarse. ¡Una Africa toda de sal! ¿De qué podía servir eso?... Castro, escúcheme dijo en voz muy queda . Yo pongo cinco francos y doy cincuenta golpes, siempre doblando, ¿sabe usted?... Pero el otro no quiso saber nada, y rechazó el cartoncito que le tendía ocultamente.