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Actualizado: 28 de octubre de 2025


Tuvo ocho, pero el pianista mostró luego sus cartas. Nueve otra vez. Y el croupier había barrido para la banca los ciento cuarenta mil del griego. ¡Qué noche! ¡Y pensar que era el tonto de Spadoni el que realizaba tales prodigios!... Algunas mujeres pasaron ante la puerta del bar con aire de mal humor, gesticulando entre ellas.

Sentado ante un gran piano de cola, hacía música á su capricho ó seguía las órdenes del príncipe, melómano de gustos pervertidos por un excesivo refinamiento, que sólo deseaba obras de autores extravagantes y obscuros. Castro, que era pianista, no podía á veces ocultar su entusiasmo ante los prodigios de este ejecutante.

A veces, sin embargo, cuando los dedos del pianista herían suavemente las teclas en algún pasaje, se oía el ruido áspero de los abanicos al abrirse y cerrarse y sobre el murmullo tenue y confuso de los imprudentes que charlaban se percibía súbito una palabra o una frase entera que hacía volver con disgusto la cabeza de los que formaban detrás del piano.

Quedose, pues, sentada, paseando su mirada indiferente de una a otra parte de la sala, deteniéndola ahora en un grupo, ahora en otro de circunstantes y fijándola más particularmente en el pianista que ejecutaba a la sazón la sinfonía de Semíramis. Pocas veces había presentado el salón de los señores de Elorza aspecto tan brillante.

Se encontraban muy de tarde en tarde. ¿Cómo podían verse, si él, Spadoni, á causa de su miseria, se abstenía de entrar en las salas de juego?... Continúa jugando, Alteza; pero muy mal, con la timidez del novato, y por eso pierde. No tiene la estofa de nosotros, los verdaderos jugadores. Se irguió el pianista al decir esto, como si no hubiese perdido nunca y poseyera todos los secretos del azar.

Spadoni, como si fuese el dueño de tales riquezas, las fué metiendo en un cestillo de mimbre. Temblaba de emoción. Iba á pasar entre los curiosos sosteniendo contra su pecho el tesoro, lo mismo que otras noches había visto pasar á su grande hombre con aire de vencedor. ¡Qué valían al lado de esto los aplausos que llevaba recibidos como pianista!... Unos manos ávidas le arrebataron el cestillo.

La señorita Guichard volvió á su casa confesándose que Roussel poseía sobre ella una marcada superioridad y que jamás Herminia tendría ni un gran talento para pintar, ni gran voz para hacer sensación como cantante, ni buen arte como pianista para rivalizar con los Poloneses.

Josefina gritó la viuda a la pianista ¿qué haces, niña? ¿No te encargó doña Hermitas que pusieses el pedal en ese pasaje? Y lo pone intervino la maestra de piano ; pero debía ser desde el compás anterior.... A ver, quiere usted repetir desde ahí... sol-la-do, la-do.... ¡Lo hace hoy.... Jesús, qué mal! ¡Por lo mismo que hay gente! murmuró la madre . Cuando está sola, aunque embrolle....

Se levantó y fue a apagarla con un soplo. Después, al sentarse nuevamente, lo hizo en sitio distinto. El pianista terminó sin novedad su sinfonía. Las conversaciones cesaron de golpe. Algunos batieron las palmas y otros dijeron: «¡Muy bien, muy bienNinguno le había escuchado.

El caso es manifestó la maligna joven con tristeza que nos vamos a ir pronto. Eso no importa. Voy a tocarlo en seguida... Verá usted. Y se fue a buscar al pianista.

Palabra del Dia

mármor

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