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Mabel le dije, sin poner atención en las palabras del rufián, pero retrocediendo para permitirle que pasara, póngase su saco, hágame el favor. Afuera me espera una volanta. El bribón intentó hacer un movimiento para impedirle salir de la habitación, pero en el acto mi mano cayó pesadamente sobre su hombro, y en mi cara leyó mi determinación.

Aquellos brazos le apretaban como si fuesen de hierro, y una nube de besos ardorosos corría por todo su rostro, sin tregua. No se oía en la estancia más que el suave rumor que producían y el resuello de dos pechos anhelantes. Al fin, el sacerdote, con un supremo esfuerzo, se desligó. La joven cayó pesadamente en la cama.

Y, al decir esto, se dejó caer pesadamente en una silla, apoyó la barba en su mano y fijó la mirada en el salero. ¡Pero no comes! dijo al cabo de un instante. Sacudí la cabeza: no habría sido capaz de comer un bocado, aun cuando el hambre me desgarrara las entrañas. Su presencia me paralizaba por completo. Siguió un nuevo silencio. ¿Cómo la encuentras ? preguntó él al fin.

Doña Paula, ante aquella repentina aparición, se quedó un instante clavada al suelo, el rostro blanco y aterrado, la mirada atónita. Después cayó pesadamente al suelo, arrastrando en la caída a su nieta. El Duque se apresuró a levantarla. Luego, ante un gesto imperioso de Ventura, la dejó sobre el sofá y huyó. A las voces de la joven, acudieron los criados y luego Cecilia.

El molino entero crujía, balanceando pesadamente sus aspas mutiladas, que resonaban con el cierzo lo mismo que el aparejo de un buque. Volaban las tejas de su destruida techumbre. En lontananza, los pinos apretados que cubrían la colina se agitaban zumbando entre sombras. Creyérase que era el alta mar...

Y en la sala de la torre, silenciosa, hundida en las tinieblas, sonó por largo tiempo un ruido de sollozos y besos comprimidos. Al cabo, un cuerpo humano, el cuerpo de la señorita de Elorza, privado de sentido, rodó pesadamente por el suelo. Genoveva, al entrar con luz, después de un rato, todavía la halló desmayada, con los ojos abiertos e inmóviles, reflejando en su rostro una celestial alegría.

El Galeón Amarillo había abandonado las aguas del Solent y se alejaba de la costa á toda vela, cortando pesadamente las espumosas olas. En su seguimiento se habían lanzado las dos naves piratas, pintadas de negro, de corte estrecho y largo, que contrastaba con la mayor altura y rotunda forma del galeón á que daban caza. Parecían dos lobos hambrientos en seguimiento de su presa.

Nubes descoloridas subían pesadamente en el horizonte, y arrojaban un pálido fulgor sobre los árboles que chorreaban de humedad, y que parecían haberse despojado todavía durante la noche, de una parte de sus hojas. ¡Qué noche!

El hospedero del Sol de Oro, recién afeitado, se había puesto una ancha blusa encima del traje y cubría su cabeza con un sombrero de anchas alas. Pesadamente subió en la charrette se le reunió en seguida su hijo Simón con las riendas en la mano.

Luego surgía de su lecho, flotaba unos minutos y caía pesadamente en el fondo, abriéndose una nueva fosa con sus nadaderas pectorales en forma de palas. El llamado peje-sapo el animal más feo del Mediterráneo cazaba de igual modo. Las tres cuartas partes de su cuerpo aplastado eran la cabeza, con una boca no menos grande armada de ganchos y cuchillos encorvados.