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Por fin, el pino cae pesadamente sobre el suelo, rompiendo en su caída las ramas de los árboles vecinos. Los leñadores rodean al coloso caído; cortan las ramas y las extremidades flexibles, y luego, cuando está limpio el tronco, lo arrastran por las vertientes que rayan los flancos del monte y por las cuales corren las piedras desprendidas y las nieves fundidas en la altura.

Ya en la plaza, ya a la sombra de algunos álamos que están en el altozano, cerca de la iglesia, y donde se reúne y platica la gente moza, varios amigos y conocidos embromaron pesadamente a Antoñuelo por el papel desairado y ridículo que suponían que había hecho reverenciando, sirviendo y adorando casi como una deidad a una mozuela que le desdeñaba y que aceptaba, quién sabe hasta qué punto, los regalos y el amor de un rival dichoso.

El silencio reinaba de nuevo, y de nuevo se veían mujeres modestas vestidas de negro y hombres de cara seria y triste. Durante un rato, las mujeres, cansadas, respiraban más pesadamente, y temblaban las manos de la que acababa de bailar. Una joven bohemia morena comenzaba a cantar un «solo». Bajaba los ojos. Todos deseaban vérselos; pero ella no los levantaba.

Por fin quiso Dios misericordioso que las Samaniegas se marcharan; pero no habían pasado diez minutos cuando entró D. Evaristo, con su criado, que le sostenía por el brazo derecho, y Fortunata le condujo hasta la sala en una de cuyas butacas se sentó el anciano pesadamente. «¿Doña Lupe...?». No hay nadie dijo ella, lo que significaba: estoy sola, puede usted hablar con libertad.

Debajo de él una cantina, donde los cueros hinchados que guardaban el vino yacían insolentemente sobre las mesas, inmóviles como borrachos. En torno de la cantina y del árbol se había formado una danza que daba vueltas pesadamente, cantando las baladas del país. Nuestra pareja se introdujo entre la muchedumbre.

A través de sus párpados entornados vió cómo el grupo de hombres iba desatando la barra mortífera, poniéndola en posición horizontal. Su tamaño era doble que la estatura de ellos. Sonó abajo un leve silbido, y volvieron á echar la cuerda. El hombre que subía ahora carecía de agilidad, hundiendo pesadamente sus pies entre las costillas del gigante, como si temiera caerse.

Por todas partes el mar estaba libre. Dos leguas á la derecha un gran vapor avanzaba pesadamente hacia las islas Loyalty. Por detrás ni un punto sospechoso. Por delante la extensión ilimitada, sin una embarcación, sin una vela. Querido Jacobo, dijo la voz de Tragomer; estamos salvados. Ahora podemos respirar. Freneuse se volvió. Su amigo salía de la cámara y venía hacia él.

¡Lladre... lladre: no t'escaparás! rugió Batiste, disparando su segundo tiro desde el fondo de la acequia con la seguridad del tirador que puede apuntar bien y sabe que «hace carne». ¡Ladrón... ladrón: no te escaparás! Le vió caer de bruces pesadamente sobre el ribazo y gatear luego para no rodar hasta el agua.

¡Ay! no diga usted tales cosas exclamó ella, juntando las manos. Perdóneme usted, señora: no lo que me digo. A pesar de todo, usted me consuela, y hallo en su presencia no que grata expansión. No podré nunca olvidar que sólo usted se atrevió á defenderme cuando todos me acusaban. Al decir esto, Lázaro no pudo menos de advertir que la santa dejó caer pesadamente los brazos, y miró al cielo.

Luego una mano fría se posó pesadamente sobre mi corazón; un fantasma se inclinó hacia y pronunció mi nombre con voz penetrante, y yo sentí que el aliento de su boca me había helado.