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No puede haber perdón para tanta alevosía. ¡Pagar de este modo el asilo que le hemos dado sin merecerlo! Pero bien dije yo que de usted no podíamos sacar cosa buena. Señoras dijo Clara deshaciéndose en lágrimas, yo les juro á ustedes por Dios y por todos los santos, que por no ha entrado ningún hombre; que yo no soy culpable de todo eso que ustedes dicen. Yo se lo juro por Dios y por la Virgen.

Santa Cruz tomó un tono muy plañidero para decirle: «¡Y yo tan estúpido que no conocí tu mérito!, ¡yo que te estaba mirando todos los días, como mira el burro la flor sin atreverse a comérsela! ¡Y me comí el cardo!... ¡Oh!, perdón, perdón... Estaba ciego, encanallado; era yo muy cañí... esto quiere decir gitano, vida mía.

Si usted reconoce que ha hecho mal, y le pide perdón a Dios de su mala intención y procura limpiarse de ella, Dios tendrá piedad de la pecadora. Es que... verá usted... estoy arrepentida por mitad. ¡Matarle a él!, ¿sabe usted que me da lástima?

Guando hubo cesado de hablar, vio a la joven secar furtivamente una lágrima que corría por sus mejillas. Turbado él mismo, por un movimiento irreflexivo de simpática atracción, le tendió la mano. Juana retiró suavemente la suya tomando un aire circunspecto. Perdón dijo el joven , creía que éramos amigos. Todavía no articuló ella. ¿No tenéis confianza? ¿Parezco yo un hombre que os hace la corte?

Se humilló, se anonadó, se redujo bajo el remordimiento, pidiendo perdón sin cesar, por algo odioso, por algo enorme, aborrecible, que sentía ahora por primera vez, en todo su peso, en todo su horror, sobre su propia conciencia. Aixa y el morisco, asidos fuertemente, sin hablarse, no apartaban los ojos del mancebo. La ciudad prolongaba el lloro y el canto de sus bronces en el piadoso anochecer.

Nos tenía barriendo hasta que quedaban como un espejo. ¿No sabes que ella también pagó caro el bailoteo de Marmolejo? Se la depuso y se la obligó a pedir perdón de rodillas a la comunidad. ¡Pobre madre? Por culpa nuestra..., quiero decir, por culpa tuya.

estás muy enfermo le dijo Salvador con profunda pena , y yo creo que el Virrey te perdonará la vida. ¡Y al dejarme vivir llamas perdón!... vaya un perdón el tuyo. ¡Indultarme!... No, por muy masón que sea el Virrey, no será tan cruel o inhumano. Estás alucinado, y el sufrimiento te enloquece un poco, haciéndote disparatar. Yo estoy cuerdo y lo que me digo.

La pobre Misiá Petrona se fué discretamente, como había vivido, procurando en su última hora evitar toda contrariedad al esposo, pidiéndole perdón con la mirada por las molestias que podía causarle su muerte.

Tuvo que sentarse otra vez en el sillón, y la baronesa le hizo beber agua azucarada. Tomé silenciosamente mi sombrero. Entonces mi mirada cayó sobre Yolanda. Blanca como la tiza, con las manos juntas, estaba allí, de pie, abochornada y desesperada; parecía pedirme perdón, y, al mismo tiempo, implorar mi apoyo.

Empezó á alejarse, pero todavía se detuvo para añadir con una crueldad de niña mimada: No me gustan los hombres que piden perdón. Además, juré que sólo volvería á verle si me echaba el lazo... Pero no podrá echármelo nunca. Usted no es mas que un gringo chapetón, y además de torpe desagradecido.