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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Empezó á alejarse, pero todavía se detuvo para añadir con una crueldad de niña mimada: No me gustan los hombres que piden perdón. Además, juré que sólo volvería á verle si me echaba el lazo... Pero no podrá echármelo nunca. Usted no es mas que un gringo chapetón, y además de torpe desagradecido.
¡No haber estado en Tartaria! exclamé con desdén. ¿A lo menos conoceréis a Nasr-Ullah-Bahadin-Kham-Melia-el-Munemim-Bird-Bhic-Blor y el diablo a cuatro? Añadí algunas sílabas de mi cosecha al nombre de Nasr-Ullah, para hacer mayor efecto, pensando que la sombra de ese buen hombre no saldría de la tumba a echármelo en cara.
Estoy seguro de que si te trajese el dichoso aderezo reirías en grande. No lo creas. ¿Te figuras acaso que no me acuerdo de la burla que has hecho del sombrero que tu tía Carmen te regaló hace pocos días? Hice mal en burlarme; pero tú haces también mal en echármelo en cara. La verdad es que, en resumidas cuentas, lo mismo da un sombrero o un aderezo que otro. Corriente; dale expresiones.
No quiero verte más... Ya no te echaré mi lazo, y si alguna vez deseas verme, serás tú el que tengas que echármelo á mí... ¡si es que sabes! Y no pudiendo resistirse más tiempo á la crueldad de su decepción, la niña de Rojas hundió la cara entre las manos, para que aquella tierra arenisca y aquel río impetuoso y solitario que tantas veces la habían visto reir no la viesen ahora llorar.
Palabra del Dia
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