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Actualizado: 12 de julio de 2025
Viendo la recompensa que tenía mi ardiente cariño, comprendí que a nada podría aspirar en el mundo, y sólo más tarde adquirí la firme convicción de que un grande y constante esfuerzo mío me daría quizás todo aquello que no poseía. En vista del despego con que ella me trataba, perdí la confianza; no me atrevía a desplegar los labios en su presencia, y me infundía mucho más respeto que sus padres.
Por un rato perdí toda la exaltación guerrera y el furor patriótico que antes me dominaban, para no pensar más que en la probabilidad de beber, previendo las delicias de un sorbo de agua, y anhelando apagar aquellas ascuas pegajosas que en mi boca revolvía.
Yo, señor don Quijote de la Mancha, soy una déstas, apretada, vencida y enamorada; pero, con todo esto, sufrida y honesta; tanto que, por serlo tanto, reventó mi alma por mi silencio y perdí la vida. Dos días ha que con la consideración del rigor con que me has tratado, ¡Oh más duro que mármol a mis quejas,
¡Vamos, niñas, que nos están mirando! dijo Luisa. Enjugad las lágrimas y vamos a pasear. Y en efecto, llevándose el pañuelo a los ojos, ella la primera, con rostro sereno y risueño se mezclaron agrupadas entre la muchedumbre; y las perdí muy pronto de vista.
Valero comenzó a sacudir la cabeza de un modo desesperado. Los demás le miran y sonríen. Saleta no lo advierte, o finge no advertirlo, y continúa con la palabra firme y sosegada y el acento gallego que le caracterizaban: Después perdí enteramente el miedo. En la Coruña me sacó un dentista cinco seguidas.
Viéndola reír, se expresó así: «Pues con el sueñecito que he echado perdí la situación, chica, y al despertar, no me acordaba de que habías quedado ahí... Y viéndote ahora, me decía yo, en ese estado de torpeza que divide el dormir del velar: ¿pero es ella la que veo? ¿Cómo y cuándo ha venido a mi casa?».
7 Les volvió, pues, a preguntar: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús Nazareno. 9 Para que se cumpliese la palabra que había dicho: De los que me diste, ninguno de ellos perdí. 10 Entonces Simón Pedro, que tenía espada, la sacó, e hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.
¡Yo!, ¡yo ir a Madrid, y para buscar a la Gaviota! exclamó Momo horripilado . ¿Está usted en su juicio, señora? Tan en mi juicio y tan en ello, que si tú no quieres ir, iré yo. A Cádiz fui y no me perdí ni me sucedió nada; lo mismo será si voy a Madrid. Parte el corazón oír a ese pobrecito padre clamar por su hija. Pero tú, Momo, tienes malas entrañas; con harta pena lo digo.
Clavamos espuelas y dando vuelta a la casa nos precipitamos sobre aquellos bribones. Sarto me dijo después que había matado a uno y lo creí, pero por lo pronto lo perdí de vista. Lo que sé es que de un tajo le abrí la cabeza a uno de los jinetes, que cayó al suelo. Entonces me hallé frente a frente de un mocetón y vi también que a mi derecha quedaba otro enemigo.
Vamos, señoras, dinero al plato dijo doña Feliciana. Los tertulios fueron sacando de sus faltriqueras un crecido número de monedas de cobre y otro mucho más escaso de plata. Yo no tomo hoy más que un cartón dijo una señora que tenía cara de lagartija. El domingo perdí seis reales... Ahí va un perro chico. Doña Demetria apuntó Paco, es usted muy desgraciada en el juego.
Palabra del Dia
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