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Actualizado: 11 de julio de 2025


A menudo, arrullado por los gritos de los contendientes, el Anfitrión se quedaba dormido; pero cuando no se dormía, o bien cuando despertaba y veía a su mujer y a Pedro Lobo enfurecidos ambos y en la más encarnizada contienda, se apuraba y hasta se asustaba, porque era hombre conciliador y benigno; procuraba ponerlos en paz; y agarraba la mano de él y la mano de ella y los atraía para que se las diesen, aconsejándoles que echasen pelillos a la mar, para lo cual pronunciaba también su discurso, buscando y quizás hallando un juicioso término medio entre las dos opuestas doctrinas.

La fatalidad había levantado infranqueable barrera entre ellos; pero el joven, caprichoso de suyo y testarudo, con la agravante de encamotado, tenía hecho el juramento de vencer todos los obstáculos, y conseguir la mano de la muchacha: ítem más, la reconciliación de las dos familias. ¡Qué final de melodrama más hermoso; una boda y pelillos a la mar, o canje de abrazos fraternales entre los que han andado durante toda la obra tirándose los trastos a la cabeza!

CIPIÓN. Así es verdad, y yo confieso mi yerro, y quiero que me le perdones, pues te he perdonado tantos; echemos pelillos a la mar, como dicen los muchachos, y no murmuremos de aquí adelante; y sigue tu cuento, que le dejaste en la autoridad con que los hijos del mercader tu amo iban al estudio de la Compañía de Jesús.

Aunque por mi profesión, y aun más por mi holgazanería, no pueda estar muy al tanto de las novedades literarias, la trompeta de la fama ha traído a mis oídos la noticia de que ha publicado usted un volumen de poesías muy notable, que esos Pelillos a la mar son deliciosos y que se venden como pan bendito.

Echó la culpa a Nieves. Esta protestó de que no había salido palabra alguna de sus labios. Insistió doña Paula. Lloró la bordadora. En fin, un disgusto. Pues que todo se había descubierto, nada de tapujos, y pelillos a la mar. Constituyóse en la sala de atrás, la que daba a la calle de Caborana, un taller u oficina de ropa blanca, bajo la alta dirección de doña Paula, y la inmediata de Nieves.

Sus cabelleras, fuertemente retorcidas, apelotonábanse sobre la testa con la forma del peinado frigio, y quedaba al descubierto, sobre el extremo de la espalda nacarada, cubierta de una película tenue y fina de melocotón sazonado, la nuca morena, de un delicioso color de ámbar, erizada de pelillos rebeldes y rizados que parecían estar puestos allí para estremecerse nerviosamente con los suspiros de amor.

Pues por decir dije yo lo otro, inocente de Dios, respondió Nieves a su padre dándole un beso en la mejilla correspondiente al ojo huero. Pelillos a la mar entonces, concluyó, casi llorando de gusto, el buen Bermúdez Peleches, y pagando el beso de la hija con otro muy resonado.

Fáltame añadir, para que sea completo el retrato, que era alto y seco; que veía y oía bien; que tuteaba á todo el género humano, y que se preciaba de no tener pelillos en la lengua, esto es, de decir cuanto se le ocurría, con una franqueza que tocaba y hasta pasaba á menudo sus límites, entrando con banderas desplegadas por la jurisdicción y término de la desvergüenza.

A ver, otra vez: repitamos el tema de «la espada». Ponga usted atención. Pero Jaime se distraía contemplando de reojo el cuello largo y blanquísimo de la inglesa, erizado de pelillos de oro, la red de venas azules que se marcaba levemente en la transparencia de su epidermis nacarada.

»Allí intervinieron y mediaron en nuestra contienda las personas de más respeto, que habían acudido y que en torno nuestro formaban corro, y casi nos obligaron a echar pelillos a la mar, a hacer las amistades y a convertir las casi homicidas manos en cariñosas, enlazándolas y apretándolas generosamente.

Palabra del Dia

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