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Enfurecidos los tumultuantes, y llenos de rabiosa cólera, unos despedian hondazos contra los balcones, y otros procuraban incendiar la casa. Las mugeres se empleaban en acarrear piedras las mas sólidas y fuertes que encontraban en las minas, cuidando no faltase á los hombres esta provision.

Al dia siguiente, muy temprano, aquí que llegan 60 hombres valerosos de San Pablo, que eran los primeros que venian al socorro ya tarde, y habiéndose formado con algunos Luisistas, y enfurecidos algun tanto, se acercaron á caballo á la capilla, y despues, poniendose á pié, con audacia se presentaron delante de los PP., y habiendo hallado á los tres en la puerta de la capilla, con un razonamiento imperioso y llenos de furor, les dijeron: "Que aquellas tierras eran totalmente suyas y de sus nacionales, y no de los PP.; y por tanto que no tenian cosa alguna de que disponer y dar á otros, especialmente á los enemigos: que de los tales sabian ellos, y esto tambien les constaba de una carta que habian interceptado, que los PP. conspiraban con los enemigos, y que les querian entregar estas tierras: y que así, sin demora se volviesen á su pueblo, que ellos en el campo no los necesitaban para nada."

El furor se enseñoreó de todas las cabezas clericales. Ruedan las sillas, quiébranse platos y botellas; la pequeña sala resuena con los gritos de los enfurecidos presbíteros. Godofredo, llorando a lágrima viva, trata de contenerlos, implorando, persuadiéndoles con palabras fervorosas.

La tenía oculta, pero seguía con inquietud las idas y venidas de algunos de estos hombres enfurecidos por el alcohol. De todos, el más temible era aquel jefe que acariciaba paternalmente á Georgette. El miedo por la seguridad de su hija le hizo marcharse después de lanzar nuevos lamentos. Dios no se acuerda del mundo... ¡Ay, qué será de nosotros! Ahora permaneció desvelado don Marcelo.

Los de San Angel, desde que salieron de su pueblo, ya venian enfurecidos, y cuando encontraban á los Miguelistas, los despojaban de los caballos y armas, en venganza, decian, de que en sus tierras habian perecido tantos de sus parientes: y habiéndose ido al pueblo, que poco se habia quemado en la montaña, allí se arrancharon; y aunque repetidas veces se les pidió, y convidó á que se uniesen con la demas gente que estaba en Santa Catalina, no se pudo conseguir.

Más enfurecidos ellos cuanto mayor era el número de los que se retiraban contusos, se atacaban con creciente furor. Estaban rojos. Sus brazos, al parecer descoyuntados, elásticos, flexibles como una banda de cuero, funcionaban con aterradora prontitud. Ni Zarapicos se acordaba ya de los matacandiles, ni Gonzalete de los alfileres. Morir matando era su ilusión.

Una nueva explicación del mundo empieza a ser necesaria para las inteligencias abiertas de la Europa y de la América, y la inician en el último siglo las ciencias positivas, prescindiendo del origen incognoscible de las cosas para explicar los hechos naturales por sus causas naturales; abandonando el porqué se producen, que hasta aquí ha separado a los hombres en fieles e infieles, enconados y enfurecidos recíprocamente sobre su diferente explicación a priori de los misterios del universo, para contraerse a investigar el cómo se producen, que siendo uno mismo para todos los observadores, constituye un capital común para los hombres de todas las razas, de todos los colores, los lugares y los climas, un vínculo de acercamiento recíproco para beneficio mutuo.

A menudo, arrullado por los gritos de los contendientes, el Anfitrión se quedaba dormido; pero cuando no se dormía, o bien cuando despertaba y veía a su mujer y a Pedro Lobo enfurecidos ambos y en la más encarnizada contienda, se apuraba y hasta se asustaba, porque era hombre conciliador y benigno; procuraba ponerlos en paz; y agarraba la mano de él y la mano de ella y los atraía para que se las diesen, aconsejándoles que echasen pelillos a la mar, para lo cual pronunciaba también su discurso, buscando y quizás hallando un juicioso término medio entre las dos opuestas doctrinas.

El peligro, asustando a los tímidos, los vuelve peligrosos, haciendo desalmados y feroces a los humildes; cuando los hombres más galantes y aristocráticos están enfurecidos por el miedo, son también un gravísimo peligro recíproco, aun para las mujeres, como ocurrió en el Bazar de Charité, de la calle Jean Goujon, en París.

Se mostraban enfurecidos por este incidente, que había venido á perturbar su gloria, y empuñando la lanza á cuatro manos empezaron á dar pinchazos en una pierna del coloso. Esta vez el dolor hizo saltar á Gillespie, dejando libres las ventanas, por las que entró á raudales la dorada luz de la tarde.