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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Enseguida se llevó ambas manos a la frente y se estremeció de nuevo, exclamando: ¡Dios mío, qué ideas me acometen de pronto, tan negras, tan raras!... ¡qué sobresaltos, qué visiones!... Estoy como en una pesadilla horrorosa... Mi pobre padre, tan tranquilo y descuidado en Peleches; yo, sin saberlo él, aquí ahora, de esta traza, en este mechinal... y un momento hace... ¡Dios eterno!... Leto... yo estoy viva de milagro... yo he debido de ahogarme hoy.
Acabado este punto, se tocó el del hijo. ¿Y eso le ha metido en cuidado? le preguntó el boticario sobándose el codo y sonriendo blandamente. No diré que en cuidado respondió el de Peleches muy afable ; pero en cierta curiosidad... Es natural eso, ¡je, je!... Pues respecto de ese muchacho, ¡caray! yo no sé qué decirle a punto fijo... a punto fijo... eso es.
Ello fue que antes de las dos de la tarde, los de Peleches saboreaban con delicia la frescura de la sombra de los hidalgos paredones; y el comandante Fuertes y el hijo del boticario bajaban por la Costanilla en busca de las respectivas madrigueras.
Eso es... Pues ya está el señor don Alejandro desfogado y satisfecho, ya estamos nosotros tranquilos, tranquilos y satisfechos igualmente, eso es, y las cosas en su centro, y la paz restablecida en Peleches. Pues pongámonos en el otro extremo, y que el señor don Alejandro comienza a ver torres y montañas, ¡caray! y a sospechar de todos.
Falta saber dijo éste , si a don Claudio le ha pasado lo mismo que a nosotros; y eso lo sabré mañana, si no lo averiguo esta misma noche. Me parece bien pensado, hijo; muy bien pensado... eso es. Y si resulta que no ha habido portazo para él, démonos usted y yo por muertos en Peleches. ¡Caray, caray! Un incidente grave
Desde aquí al cielo, señor don Claudio... Y no me replique, para taparme la boca, que poco he demostrado mi entusiasmo por las maravillas de Peleches volviéndoles la espalda durante tantos años; porque bien dicho lo tengo por qué ha sido y cuánto lo he deplorado... ¿Está usted? Pues ahora díganos qué va a tomar, porque está Catana deseando saberlo para servirle en el aire...
Pues por decir dije yo lo otro, inocente de Dios, respondió Nieves a su padre dándole un beso en la mejilla correspondiente al ojo huero. Pelillos a la mar entonces, concluyó, casi llorando de gusto, el buen Bermúdez Peleches, y pagando el beso de la hija con otro muy resonado.
Poco fue lo que dijo a su padre, encerrados los dos en el despacho de la trastienda, como explicación del portazo de Peleches; pero de tal modo y con tal arte de voz, de miradas y de greñas, que dejó al pobre boticario más aturdido de lo que estaba.
Como que antes de estar en Peleches nosotros no se había tratado de su venida. ¿De manera que vienes a confesarme explícitamente dijo don Alejandro volviendo a nublársele un poco la cara , que te disgusta la venida de tu primo? Precisamente la venida por sí sola, no, repuso Nieves sin amilanarse con la consecuencia sacada de sus palabras por su padre.
Y se fue derecho a la botica donde, por haber hallado a los dos Pérez solos, les informó, con las debidas atenuaciones de caridad, de lo mal que andaban sus negocios en Peleches. A don Adrián le faltó poco para desmayarse. La tribulación del boticario
Palabra del Dia
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