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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Pues, hija mía, buen provecho repuso don Alejandro : mi gusto no perjudica al tuyo. ¡Cómo que no? Como que no. Yo me quedo, y tú te vas... Pero ¿estará bien eso, papá? Y ¿por qué no ha de estarlo, canástoles? Leto y Cornias bien de fiar son en todos sentidos. ¿No te parece? A mí, sí... Pero pudiera chocar... Pues, hombre, ¡estaría bien que hubiéramos venido a Peleches para eso! ¡Bah, bah, bah!
Y ¿quién es el Macedonio? preguntó a su vez Leto candorosamente. Me parece que bien claro está replicó el otro muy serio . El señor de Bermúdez Peleches. No veo yo esa claridad...
Durante la comida, que fue tan «opípara» como se la había anunciado en hipótesis don Adrián Pérez a su hijo andando hacia Peleches los dos, tuvo Leto varias pruebas más de que el león no era tan fiero como le pintaban: hasta llegó a encontrarse muy a gusto encerrado en la jaula con él.
Yo conozco a mi hijo; yo sé que es de noble condición, honrado, sí, señor, y pundonoroso como él solo... Yo sé que es incapaz de levantar, eso es, los ojos más arriba de la talla, digámoslo así, que le pertenece; que estima y considera la amistad de usted, ciertamente, por encima, eso es, de toda otra ambición; que no ignora lo que yo me pago y me enorgullezco de ser... de haber sido, el amigo más estimado, eso es, del señor don Alejandro Bermúdez Peleches; mi hijo sabe, finalmente, que es gusano de la tierra, sí, señor, y tiene demasiada inteligencia, y rectitud por demás, para atreverse... con las águilas de las alturas.
En Peleches Rayana la hora de comer, don Alejandro Bermúdez hizo un montón con las cartas que había escrito en toda la mañana sin levantar cabeza; se restregó las manos muy satisfecho, como aquél que alivia la conciencia de un gran peso; dio unas pataditas para desentumecerse mientras guardaba las gafas de oro en el estuche, y salió del gabinete a la sala; precisamente en el mismo instante en que entraba Nieves en ella para ir al suyo, en traje de campo, algo agitada de respiración, y hubiera jurado don Alejandro que un tantico desencajada de semblante y despeinada, a lo que podía verse por debajo del ala del sombrero, muy caída sobre los ojos...
Por lo cual había renunciado Manrique Vélez, a casarse con Nieves Bermúdez. Mar afuera Le digo a usted, ¡carape! que éste es un problema que marea. Vengan aquí todos los sabihondos de la tierra, y pruébenme que cabe dentro del sentido común el que un hombre con barbas se pase media noche en claro, por el disgusto de no haber subido a Peleches en cuarenta y ocho horas. ¡Qué han de probar?
Y no lo había, realmente, en los adentros de la pobre muchacha, tan mal comprendida por su padre en ese particular... y en algún otro, pues no debe olvidarse que el arrechucho gordo de don Alejandro Bermúdez Peleches nació de haberla visto, de súbito, vestida de mujer, con unos fulgores y unos centelleos y un poder incendiario que le metían miedo; y hay que dejar bien declarado, hasta por obra de justicia, que no había en la naturaleza física de Nieves el menor detalle que no estuviera en cabal armonía con el sosegado equilibrio y la honrada disciplina de su conciencia moral.
Viniendo ya cerca de la plaza, de vuelta para Peleches y muy sediento don Alejandro, recomendole don Claudio las limonadas del Casino; y por eso y porque Nieves conociera el gran salón, de tan buenos recuerdos para él, habían subido.
Bien sabe usted cómo abundan aquí la carcoma y los celillos de clase; y aunque todos los Bermúdez, por dicha suya y desgracia de Villavieja, han sabido aislarse en su nido de Peleches de las intriguillas y miseriucas de acá abajo, al cabo es usted Bermúdez, tiene mucho dinero y raya más alto que nadie entre todos los villavejanos, aunque no se proponga rayar. En fin, ya me entiende usted.
¿Sobre Peleches también? preguntó Nieves frunciendo un poco el entrecejo monísimo. Precisamente sobre Peleches, tomado como punto principal de la plática, no. Y ¿ha de ser ahora mismo la plática esa?
Palabra del Dia
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