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Actualizado: 6 de mayo de 2025


En una ocasión, dando los de Peleches unas vueltas, de pura cortesía, en la Glorieta a la salida de misa mayor, observó Nieves algo de extraño en el continente de las villavejanas; algo como forzado que las desfiguraba a todas de la misma manera y por un mismo patrón, si pudiera decirse así.

Para venir a verlos a Peleches, traerá encima cada cual el fondo del cofre, sobre todo las mujeres; pero este detalle no la obliga a usted a la recíproca, aunque para obligarla le usen ellas. Usted se viste como mejor le parezca; y le doy este consejo, porque la misma cuenta le ha de salir de un modo que de otro: al cabo la han de morder. ¡A ?... Y ¿por qué, señor don Claudio?

Cuando se sentaron a la mesa, muy corrida ya la una de la tarde, los de Peleches, Nieves sentía quebrantos en el cuerpo, como si hubiera rodado por una montaña; y además estaba medio asustada con las cosas de aquellas mujeres tan parleteras, tan maldicientes y tan feroces. Le aterraba la idea de un trato frecuente con ellas, y pidió por misericordia a su padre que la librara de ese suplicio.

Pues ni eso poco me concedes: ya ves que no puedes concederme menos... y es natural, muy natural, que lo sienta; y sintiéndolo, que te lo diga; lo cual no debe extrañarte, porque también me querrás sincero antes que falso... ¿No es así, Nieves?... En este supuesto, todavía tengo que decirte más, y te digo que es cierto que nunca te vi entusiasmada con tu primo; pero que también es verdad que lo de ese disgustillo de que te acabo de hablar, es cosa nueva en ti: desde que estamos en Peleches.

Antes de salir de casa se habían picado las chicas por diferencias de opinión sobre lo que debían de ponerse para hacer aquella visita. Al fin se vistió cada una de ellas como mejor le pareció; pero todo el camino fueron tiroteándose a media voz unas a otras. Aún duraba la resaca cuando se cruzaron con las parientas de «los de Peleches» a la puerta misma del salón.

Esto por de pronto. Además, al deshacerse la tertulia y ya despidiéndose de él, le había dicho don Alejandro con gran encarecimiento, mientras le apretaba una mano con las dos suyas: Mañana, después que comamos en Peleches, iremos a ver el yacht; pero de cerca y como debe ser visto. Conste que está usted notificado.

Cerca ya del mediodía se levantaron las dos; y eso porque se oyeron rumores de nuevos visitantes que entraban en el pasillo. Sobre el particular del primo Nacho dijo Rufita despidiéndose , repetimos a ustedes que, por nuestra parte, no habrá camorra ni cosa que se le parezca. Si él quiere quedarse en Peleches, que se quede; si quiere venirse con nosotras, que se venga.

Abriola, y lo era en efecto. La firmaba don Claudio Fuertes y León, y decía lo que podrá ver el lector, si es curioso, en el siguiente capítulo. De lo que escribió desde Villavieja Don Claudio Fuertes y León, a Don Alejandro Bermúdez Peleches

Se apunta este dato como una de las más visibles pruebas de que no andaban muy acertados los señores de Peleches en el supuesto de que a Leto le mortificaba aquella vida en que le traían metido.

Por el balcón abajo se hubiera tirado él dos semanas antes, primero que cantar delante de alma nacida lo que acababa de cantar en presencia de unas personas tan respetables como aquéllas. ¡Si estaría domesticado y le parecería el yugo blando y llevadero! Hasta los mismos señores de Peleches, mal acostumbrados a la compañía continua de los amigos, se hallaron desorientados sin ella.

Palabra del Dia

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