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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Todas estas cosas se las contaba la gorda Lucrecia al tuerto Alejandro en un lenguaje bárbaramente desleído en una tintura medio guachinanga, medio tlascalteca, señal evidente de que la hembra de los Bermúdez Peleches hablaba ya en mejicano como los jándalos montañeses hablan en andaluz.
Cuando dijo la última palabra de esta conocida tesis, Nieves estaba ya sentada a la mesa del comedor, en espera del desayuno; la rondeña, en la cocina para que acabara la cocinera de prepararle, y abocando al pasadizo frontero, don Claudio Fuertes y León, asombrándose de que hubieran madrugado tanto los insignes dueños y señores del caserón de Peleches. Entre buenos amigos ¡Señor don Claudio!
Bien pudiera ser verdad pensó mientras cerraba los broches de las tapas, dejando el clavel adentro , que no lo hago del todo mal. Volvió el álbum al cajón, cerrole con llave, bajó a la botica, y estúvose con su padre un buen rato hablando de los sucesos del día en Peleches y en la mar. ¡Muy satisfecho estaba de ellos el boticario! Y también de Leto.
«Según noticias de buen origen decía el mejicanillo , que acabo de recibir, mi alojamiento en Peleches podría originar grandes contrariedades a mi prima, cuyos entretenimientos y placeres, autorizados y consentidos sin duda alguna por usted, son incompatibles con la presencia continua de un extraño que hasta pudiera suscitar recelos de cierta especie en el afortunado conquistador de los entusiasmos de Nieves.
Ya está aquí... Gracias, señora Catana: bien sé que la culpa no es suya ni de la cocinera, sino de nuestro madrugón, inesperado en la cocina... ¡Ea! don Claudio, adentro con eso... No tienen mala traza esos bollos. Hombre, ¿qué tal se anda aquí de pan? Bastante bien, como de carne y de leche... y de confituras. Pues estamos como queremos... Si te digo, Nieves, que esto de Peleches es Jauja...
Se dio por enterada Nieves con un movimiento de cabeza sin volver la cara, y salió de la estancia. Su padre salió también, pero con rumbo opuesto, y se encerró en su despacho, en el cual escribió una muy extensa carta, que mandó más tarde al correo, con sobre dirigido «Al Sr. D. Claudio Fuertes y León, comandante retirado, en Villavieja». El ojo de Bermúdez Peleches
A salir de dudas . Pues hágame usted el favor dijo a su amigo, lo bastante bajo para que no lo oyera nadie más que él , de referirnos lo que haya, sea malo o pésimo, pues bueno, ni casi regular, no lo espero; porque desde el portazo que se nos dio esta noche en Peleches, estamos mi padre y yo que no nos llega la camisa al cuerpo...
Así es que en cuanto se retiraron Nieves y su padre a Peleches, que fue muy pronto, y el boticario y Leto a su botica, se armó en la Glorieta la de Dios es Cristo entre los galanes villavejanos y las respectivas damas, que no querían ser plato de segunda mesa... mientras Maravillas, sentado en el último banco hacia el mar, solo, quietecito y sosegado, flagelaba con su eterna sonrisa de compasivo desdén, aquel cuadro de miserias humanas, fruto natural y lógico del lamentable resabio de ir a misa y creer en Dios.
Tú hazte el cargo: ya que la casualidad te metió en Peleches por primera vez de noche cerrada, la gracia de la cosa está para mí en estimar yo mismo el efecto que te produzca lo que te vaya poniendo delante de los ojos, y que no se ve todos los días ni en todas partes. ¿Te enteras? Pues no hay más. Pero aguárdate un poco... ¡Catana!... ¡Catana!...
Si tiene también sus planes, que lo dudo, contrarios a los de usted, yo le diré, sí, señor, que los destruya; y los destruirá; que no mire jamás hacia Peleches, eso es; y cegará antes, sí, señor, que faltar a mi mandato; que se hunda en el polvo de la tierra; y se hundirá, eso es; se hundirá hasta los abismos, sí, señor, más tenebrosos y profundos.
Palabra del Dia
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