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Actualizado: 19 de mayo de 2025
El Palacio Ducal, que está unido á la basílica de San Márcos, es uno de esos palacios que sueña una fantasía acalorada, es la realizacion de un sueño: es una grande obra monumental, á cuyo pié hay dos columnas traidas de Asia, un grupo de Alejandría, con cuatro antiquísimas figuras pegadas á la pared; describo sin órden, segun mis apuntes taquigráficos, segun me acuerdo, adelante.
Viósele nadar veinte brazas con la enérgica desesperación de la agonía, hundirse una vez, aparecer otra, tornar otra vez a hundirse; salir a flote de nuevo, no una, sino dos cabecitas, pegadas, juntas, rubia la una, negra la otra, y sumergirse otra vez las dos formando un ligero vórtice, unas suaves espumas, borrosas, imperceptibles, en aquel mar inmenso, ¡limitado, roto tan sólo en el lejano horizonte por una velita blanca que se divisaba a lo lejos...
Entonces se puso á trabajar de nuevo, esto es, á componer con letras pegadas, bajo lo que había compuesto antes en la carta que había llevado consigo lo siguiente: «Me he procurado un medio de penetrar hasta la puerta de vuestro dormitorio, sin que nadie sepa que por vos he entrado en la casa; mañana habrá desaparecido de vuestra servidumbre la doncella Esperanza; no la busquéis porque no la encontraréis; no temáis nada por vuestra honra, porque esa Esperanza cree que estoy enamorado de ella y que sólo por ella voy.
A pasitos rápidos y cortos, inclinado el cuerpo hacia la tierra, con la cabeza baja y la conciencia temerosa del retraso, venían pegadas a las fachadas de las casas las viejecillas de zapatos de cabra y mantón negro, y adelantándose a ellas iban las muchachas devotas que, como ignorando el poder de la juventud, piden incesantemente al cielo dichas que puede darles el mundo.
¡Caras! ¡caras! ¡nada más que caras, pegadas unas a las otras, que me miran irónicamente como diciéndome: «¡Hanckel, te estás poniendo en ridículo!» Han formado un doble cerco, y nosotros pasamos por el medio; y me sorprenda que nadie rompa con una carcajada el silencio que allí reina. Llegamos al altar que el viejo había fabricado artísticamente con un gran cajón cubierto por un paño rojo.
Allí esperó largo rato de codos sobre el mármol de la mesa, con la garganta seca por el mucho fumar, mortificada la imaginación por la impaciencia y mirando sin cesar a un reloj colocado en la parte alta del mostrador y cuyas lentas manecillas le parecían pegadas a la esfera. El local estaba casi desierto: los parroquianos de por la tarde se habían ido, y para los de la noche era temprano.
El refresco se tomó con toda ceremonia y con pocas palabras. Las sillas pegadas á la pared, y todos sentados sin echar una pierna sobre otra, ni inclinarse de ningún lado, ni recostarse mucho. Después de tomado el refresco, hubo alguna más libertad y expansión, y Lucía se atrevió á rogar al caballerito que recitase unos versos. Sí, sí dijeron en coro casi todos los tertulianos; que recite.
¿No es verdad, don Federico, que parece una sentencia del Evangelio? Si no son las mismas palabras respondió Stein , el espíritu es el mismo. Pero es que Paca tiene siempre las lágrimas pegadas a los ojos dijo Momo. ¿Acaso es malo llorar? preguntó la niña a su abuela. No, hija, al contrario; con lágrimas de compasión y de arrepentimiento, hace su diadema la Reina de los ángeles.
Mirole salir gozosa Palo con ojos; mas no era fácil que el regocijo se pintase en su cara, por tenerla casi toda cubierta con un pañuelo, a causa del dolor de muelas y de la hinchazón que estaba sufriendo aquel día. Y aun así no faltaban alrededor de su frente las sortijillas pegadas con tragacanto, ni la canastilla y peinas.
Había ochenta y un días que el armada estaba allí, y viendo que ya me faltaba el agua y no la había para poder dar más ración que dos ó tres días, determiné de salir á dar la batalla, como lo había propuesto desde el principio, y ansí, dejando la parte por donde más fácilmente y sin peligro de ser sentido podría salirme, paresció mandar abrir una puerta que estaba tapiada á la parte de la marina y sacar por allí la gente, porque bajando la mar había harta plaza para ponerla junta, y en aquella parte no hacían centinela los turcos, y por todas las otras partes las tenían pegadas con el fuerte y era imposible salir un hombre sin que fuese sentido, y dí orden que seis capitanes de todas naciones tomasen la vanguardia con 300 soldados, é que yo con la demás gente é capitanes é hombres particulares, que serían otros tantos, los seguiría, dejando algunos capitanes á la retaguardia con orden que hiciesen caminar adelante la gente y degollasen á todos los que se retirasen, y á mí el primero si lo hiciese, porque aquella salida no era para volver al fuerte sin victoria, y esto, poniéndome yo á una parte de la puerta y á la otra Maroto, Sargento mayor de la infantería española de Nápoles, lo estuvimos diciendo á toda la gente que salía.
Palabra del Dia
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