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Actualizado: 22 de junio de 2025


Pedí el automóvil y partí, rumbo a la Avenida Quintana, donde vive mi amiga en su magnífico palacete. Entré de rondón en la casa. Todo estaba en ella revuelto, con ese desorden precursor de una mudanza. Los armarios de par en par, y por todas partes baúles abiertos, grandes y pequeñas cajas, enseres de todo linaje.

Tuve dos hijos varones. En esto se armó lo de África; tentome un poco el patriotismo y otro poco la ambición; conseguí, bajo cuerda y sin que lo supiera mi mujer, que me mandaran allá; fuime, haciéndola creer que me obligaban a ello; volví de comandante acabada la guerra; destináronme a Barcelona con el regimiento a que pertenecía; y entre si me convenía más dejar aquí la familia o llevarla conmigo, enviudé; vilo todo de un solo color, y ese muy negro; disipáronse de repente todas mis ambiciones; pedí el retiro, concediéronmele, y quedéme en Villavieja donde había vivido muchos años, habían nacido mis hijos, y poseían, por herencia de su madre, media docena de tejas y cuatro terrones.

«¿La tuviste de , cuando te pedí socorro, mal engendro?», le respondió el agua, hirviendo de cólera; y le inundó de arriba abajo, mientras los galopines le dejaban sin una pluma para un remedio. Paca, que estaba arrodillada junto a su abuela, se puso colorada y muy triste. El cocinero entonces continuó la tía María , agarró a Medio pollito y le puso en el asador.

No conocía más juegos que el «burro» y la «cara sucia». Con tan pobres conocimientos y tan escasa afición, pedí a unos parientes que me lo enseñaran, siquiera por el buen nombre de la familia...

Me pareció aquella empresa harto más alta que la mía de la antevíspera, no sólo por la calidad del enemigo, sino por la grandeza de los fines, y pedí a la mujer gris algunos informes sobre la manera de llevarlo a cabo. Iban los expedicionarios provistos, ante todo, de «barajones», unas tablas con tres agujeros cada una, en los cuales se meten los tarugos de las abarcas.

Aquí me asaltó de pronto un recuerdo, y pedí a Facia las señas «particulares» de su marido. Comenzó por la de un chirlo en la cara que le partía un ojo y la nariz, y no necesité de las restantes para dar por conocido al personaje. Sin descubrirle mis sospechas, la reprendí duramente por haberme ocultado hasta entonces lo que me estaba declarando.

»Cuando transcurrieron los tres meses, pedí de nuevo otra prórroga; pero era necesario ceder a la voluntad del Duque, a mi promesa, a la fe jurada... ¡Ay de ! ¡no hay poder divino ni humano que pueda cambiar el destino! ¡Mi cabeza estaba trastornada, mi corazón herido; sólo quedaba mi mano, y el duque de Arcos dispuso de ella! »¡Era ya condesa de Pópoli!

Hízose hora de levantar. Pedí yo luz muy aprisa; trujéronla, y el huésped el envoltorio al soldado, y olvidáronsele los papeles. El pobre alférez hundió la casa a gritos pidiendo que le diese los servicios. El huésped se turbó, y como todos decíamos que se los diese, fue corriendo y trujo tres bacines, diciendo: -He ahí para cada uno el suyo. ¿Quieren más servicios?

Volvíme a la posada y al pasar por la tripería pedí a una de aquellas mujeres, y diome un pedazo de uña de vaca con otras pocas de tripas cocidas. Cuando llegué a casa, ya el bueno de mi amo estaba en ella, doblada su capa y puesta en el poyo, y él paseándose por el patio. Como entro, vínose para . Pensé que me quería reñir la tardanza, mas mejor lo hizo Dios. Preguntóme venía.

Á más de lo que ofrecen por franco y medio, pedí un pichon, el cual me ha costado 9 reales. Advierta el lector que hay pichones por 14 sueldos. Me han llevado 31 por aderezarlo, algo más del 200 por 100. Vaya esta especie AL PARIS MORAL. Mi mujer dice que no volverá más, lo cual quiere decir que no volverémos los dos.

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