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Actualizado: 22 de junio de 2025
Lo de que mi visita fuera «para cosa mala» por las señas de aquellos hábitos ceremoniosos, necesitaba una aclaración, y se la pedí a Lituca.
Cuando se fué don Rodrigo, observé que de una manera disimulada, pero curiosa, se informaba de si la cartera estaba en su sitio, y cuando aquella noche vino el duque de Lerma, le recibí con despego, le atormenté, me ofreció como siempre alhajas, y yo... yo le pedí que me trajese un escrito indudable de la reina.
Por un instante tuve el intento de aplazar indefinidamente este día, juzgando que era muy joven para morir de modo tan desastroso: mas pronto revoqué mi acuerdo por motivos de delicadeza, y pedí se me ejecutara al día siguiente. Hay que confesar que tengo un sueño muy digno.
Las lágrimas debieron agolparse en mis ojos, supongo, porque con un impulso de súbita simpatía, una explosión de ternura femenina que vibraba tan fuertemente dentro de su noble ser, colocó su mano cariñosamente sobre mi hombro y dijo, en una voz tranquila, serena y baja: No podemos revocar lo pasado, ¿para qué entonces pensar en ello? Proceda como le pedí en mi carta que lo hiciera.
Déjame, olvídame; es lo mejor que puedes hacer... No; tú no has cambiado, pobrecito mío. ¿Qué mal puedes haberme causado tú, tan bueno, tan generoso? Me has ayudado á conocer la terrible verdad; por ti la he sabido; y aunque esto me mata, lo creo preferible á la incertidumbre... Tú no tienes la culpa, tú has hecho todo lo que yo te pedí.
Nunca he visto indiferencia como la suya y hasta ahora tanto me hubiera valido suspirar ante una de las estatuas de mármol del parque de Roda. ¿Recuerdas aquel finísino velo blanco que llevaba ayer? Pues se lo pedí como una merced para ponerlo en mi yelmo en combates y torneos, cual emblema de la dama y señora de mis pensamientos.
De esto no hablé a mi tío; pero sí al mozallón, y por hablar de algo, subiendo los dos solos una vez al «Prao-Concejo». ¡Jorria! me contestó trepando delante de mí, sin detenerse un punto ni volver la cara, pero sacudiendo al aire su mano derecha. No me sacó de dudas la respuesta, y le pedí otra más terminante.
Pedí licencia, busqué dos sábanas, pregoné la égloga, procuré una guitarra, convidé la huéspeda, y díjele á Solano que cobrara. Y al fin la casa llena, salgo á cantar el romance de afuera afuera, aparta aparta; acabada una copla, métome y quédase la gente suspensa; y empieza luego Solano una loa, y con ella enmendó la falta de la música.
La carroza se había detenido en una encrucijada, por donde decían los monteros que debía pasar el jabalí. Me rodeaba mi servidumbre, á caballo, y cuatro damas que me seguían estaban detrás en otra carroza. Hacía mucho calor, y yo sudaba. Pedí agua, y don Rodrigo partió y volvió al punto, trayéndomela en un vaso de oro.
Notando que el número de plantas era tan reducido, y que todas ellas, rigorosamente reducidas á trece hojas, carecian de señales que indicasen una cosecha anterior, le pedí la explicacion de esas circunstancias. «El gobierno, me dijo, tiene muy minuciosamente reglamentado el cultivo del tabaco en este y otros departamentos.
Palabra del Dia
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