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Actualizado: 22 de junio de 2025
Yo te pedí de rodillas, aquí, en este mismo sitio, que revocaras aquel edicto; y te lo pedí por ti mismo, por la gloria de tu nombre, por tu dignidad de rey, más que por el bien de tus reinos. Te lo pedí, Felipe, porque te amo, y porque te amo, te pido la deposición del duque de Lerma. ¡Que me amas, Margarita! ¡que me amas! exclamó el rey ¡y no me lo has dicho hasta ahora!
Gallardo sonreía, con movimientos afirmativos de cabeza, halagado ahora en su orgullo de artista. Aemás continuó el bandido , nadie dirá que yo he venío a La Rinconá a pedí ni un pedaso de pan. Gana el dinero lo mismo que yo: exponiendo la vía.
Escribí a éste una larga carta; le pedí perdón casi por haber ido a buscar mujer en la casa de su enemigo hereditario; «pero agregué, confío que de esta manera la vieja disputa se arreglará por sí sola». La respuesta se hizo esperar mucho tiempo.
¿Luego consentís en acompañarme esta noche a la casa de ese sabio, para quien yo os pedí, no ha mucho, el día, el año e la hora de vuestro nacimiento, e que ya os conoce como a un hijo, sin haberos visto jamás, e que os ha de poner arriba de todos los hombres e a la par de los ángeles?... ¿Os reís? Paréceme contestó Ramiro que habéis topado con algún hechicero de marca.
Por esto me juzgo ligado á él con ciertos vínculos espirituales que me redimen de aquella virginidad de prólogos en que hasta ahora he vivido. Ni los hice para los libros ajenos, ni los pedí para los míos.
Yo me sentí acongojada y aturdida, empecé a llorar y pedí ardientemente a lord Gray que me llevase otra vez a mi casa. »Quiso consolarme; el sentimiento del honor se encendió en mí con inusitada fuerza, y la vergüenza me inflamaba el alma como momentos antes la pasión. Deseé la muerte y busqué un arma para extinguir mi vida; lord Gray fingió enojarse o se enojó realmente.
Después siguieron tres días en que estuve sin noticias, tres días de tortura y de fiebre; al fin llegó el telegrama de mi cuñado: «Marta dio luz varón con felicidad. Te reclama, ven pronto.» Con el telegrama en la mano corrí en busca de mi patrona y le pedí permiso para ausentarme por el tiempo necesario. Ella me lo negó.
Muy desalentado, confesé mi fracaso en el club. Allí se me recomendó que, antes que profesores, me procurase los muchos y profundos tratados de la materia... E inmediatamente escribí a mi librero: «No me mande usted las obras de Shakespeare y de Balzac que le pedí me enviara a la estancia.
Finalmente, por abreviar el cuento de mi perdición, digo que yo rogué y pedí a mi hermano, que nunca tal pidiera ni tal rogara...» Y tornó a renovar el llanto. El mayordomo le dijo: -Prosiga vuestra merced, señora, y acabe de decirnos lo que le ha sucedido, que nos tienen a todos suspensos sus palabras y sus lágrimas.
Años después, recordando aquel golpe de audacia, para el cual sólo el amor podía haberle dado fuerzas, lo que más admiraba en su temeraria empresa era el piquillo de su pretensión, los doscientos reales en que su demanda había excedido a su necesidad. «¿Por qué pedí mil reales en vez de ochocientos?». No se lo explicó nunca. D. Juan Nepomuceno miró, sin contestar, a su afín. ¡Mil reales!
Palabra del Dia
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