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Actualizado: 22 de junio de 2025
»Llamé, y nadie acudió; traté de hablar, y se me impuso silencio; pedí que al menos se me permitiese ver la luz del día: pero esto no se me concedió sino al día siguiente, y sólo entonces supe la verdad. »Carlos fue herido en el brazo, pero su herida no era grave.
El juez, a quien se avisó, tuvo la atención de venir por tratarse de una señorita, y delante de él volvimos, como ante el inspector, a exponer nuestro litigio. El tenedor de libros también reclamó. Yo pedí, desde luego, el depósito de Gloria en lugar adecuado, y el juez lo decretó inmediatamente.
Pedí un caballo, y en compañía de Federico de Tarlein recorrí la gran avenida del parque real, devolviendo todos los saludos con la mayor cortesía.
Llevé luego la carta al general, y le pedí licencia para el viage.
Y pedí yo de beber, que los otros por estar casi ayunos no lo hacían, y diéronme un vaso con agua; y no le hube bien llegado a la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el mozo espiritado que dije. Levantéme con grande dolor de mi ánima, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían la razón. Entretuvímonos hasta la noche.
Tomada esta resolución, y confirmándome mi desmejorada cara en mis pensamientos lúgubres, pensé que sería correcto y conveniente advertir al cura, y que por otra parte no podía morir sin estrecharle la mano. Bien determinada a ello, entré una mañana en el despacho de mi tío y le pedí permiso para ir al Zarzal. Más vale escribir al cura que venga, Reina. No podrá, tío; nunca tiene un céntimo.
Durante dos años fuiste toda mi vida. Mis costumbres, mis gustos, mis caprichos, todo lo subordiné á tu fantasía y jamás un rey fué más complacientemente adulado por una favorita que todo lo esperase de él, que tú lo fuiste por esta mujer que nada quería ni esperaba. Yo no era venal y nunca te pedí dinero.
Pedí perdón a doña Augusta, aceptando humildemente la comida que se dignó servirme; y pasé esta primera noche de riqueza, bostezando sobre el lecho solitario, mientras fuera, el alegre Conceiro, el mezquino teniente con veinte duros de sueldo mensuales, reía con la viola un alegre «fado». A la mañana siguiente, mientras me afeitaban, reflexioné sobre el origen de mi riqueza.
Pedí yo de beber, que los otros, por estar casi en ayunas, no lo hacían, y diéronme un vaso con agua, y no le hube bien llegado a la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el mozo espiritado que dije. Levantéme con grande dolor de mi alma, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían la razón.
Sería mediodía; pedí de comer; dijeron que no había sino sólo huevos; no tan malo si lo fueran, que a la bellaca de la ventera, con el mucho calor, o que la zorra le matase la gallina, se quedaron empollados, y por no perderlo todo los iba encajando con otros buenos; no lo hizo así conmigo, que cuales ella me los dió le pague Dios la buena obra.
Palabra del Dia
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