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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Un domingo de invierno, por la tarde, al anochecer, no sé por qué me decidí a dejar la diligencia de San Fernando y a quedarme en Cádiz. Había en el muelle esa tristeza de domingo de los puertos de mar. No me sentía alegre, sino agresivo, con gana de hacer una brutalidad cualquiera. Entré en una tienda de montañés, pedí pescado frito y vino blanco. Comí y bebí en abundancia.
Cumplido mi servicio, pulido mi espíritu hasta donde me había sido dado lograrlo y ansiando mezclarme al mundo de Buenos Aires, que hervía a mi alrededor y me atraía como atrae siempre lo desconocido, pedí mi baja y me separé del 6º; como quien dice, dejé mi casa, y en ella todos los halagos de mi juventud, todas mis afecciones de la vida.
»Llamé, pedí el carruaje y comencé a vestirme para salir... ¡No me atreví a preguntar por mi hija, y no la echaba de la memoria un solo instante! ¿Qué haría, la desdichada, desde que yo la había dejado en el suplicio de su honda pesadumbre y sin alientos para llorar!
Pedí mi retiro, dejé mi carrera, y vine, lleno de impaciencia, desde el otro hemisferio á bañarme en la luz inmortal de la gran revolución y á encender mi entusiasmo en el sagrado fuego que ardía en París, donde imaginé que estaban el corazón y la mente del mundo. Pronto se desvanecieron mis ilusiones.
Me acordaba de algunos dichos de mi tío, particularmente el de haber sido vendida «por un pellejo de vino», y la lástima de antes se fue trocando en ira. Continuando nuestro viaje, me dio Neluco algunos informes que yo le pedí, vivamente interesado en conocerlos después de lo que había visto en el pueblo, en el cual no nos detuvimos más de media hora.
Pareciólas irse, por ser ya tarde, y así me pidieron licencia, advirtiéndome con el secreto que había de ir el paje. Yo las pedí por favor y como en gracia un rosario engazado en oro que llevaba la más bonita de ellas, en prendas de que las había de ver a otro día sin falta.
La carta terminaba así: "Yo había cifrado el objeto de mi vida y todas mis aspiraciones en el amor de usted. Por lo mismo tuvieron mis sentimientos una sinceridad incontestable. Jamás hubiera querido conquistar su cariño por otro medio. Pero tal vez por mi sinceridad misma la he de perder para siempre. Ayer pedí a Charito, como favor de amistad, que la invitara para el viernes.
La idea de que San Pablo, con gran escándalo de la abuela y gran contento de Celestina, era el padre de las solteronas, divirtió mucho a mis amigas. Francisca, que tiene siempre ideas originales, me pidió que llamase a Celestina para contemplar su gozo. Hícelo yo de buen grado y pedí una cosa cualquiera a mi buena vieja para explicar mi campanillazo.
Tomé de mi biblioteca cierto número de libros contemporáneos y procediendo poco más o menos como la posteridad procederá antes de acabarse el siglo, pedí a cada uno cuenta de sus títulos a la duración y sobre todo del derecho que tenían para llamarse útiles. Advertí que llenaban muy poco la primera condición que hace vivir una obra, eran muy poco necesarios.
Palabra del Dia
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