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Actualizado: 9 de octubre de 2025
A medio día, cuando un rayo de sol filtraba su faja de oro en la penumbra de lo cuadra humana, las moscas de primavera llegaban hasta el oscuro rincón, animando con su zumbido la soledad. Algunas veces entraban Zarandilla y su mujer a ver a Mari-Cruz. Ánimo, muchacha; hoy ties mejor cara. Lo que importa es que eches todo lo malo que se te ha subío al pecho.
Los arqueros rodeaban á la pareja y el hombre, azorado, sin comprender una palabra de lo que decían, oprimía con una mano el brazo de la mujer y con la otra apoyaba sobre el pecho el precioso paquete, dirigiendo en torno miradas suplicantes. ¡Ea, muchachos! exclamó Gualtero de Pleyel con imperiosa voz, apartando al arquero que más cerca tenía.
No será ocioso decir que en aquel momento sintió D. Benigno renacer en su pecho la antipatía que en otras ocasiones le inspirara su amigote; pero como en tan noble alma no cabía la ingratitud, pensó en las atenciones y cuidados que al mismo debía durante la enfermedad, y con esto se le fue pasando el rencorcillo.
Arranqué aquel amor de mi pecho como una planta venenosa y desconfié para siempre de los ángeles rubios que conservan en su mirar azul el reflejo de los cielos que atravesaron. Desde lo alto de mi oro, arrojé sobre la inocencia, el pudor, y otras idealizaciones funestas, la diabólica carcajada de Mefistófeles y organicé fríamente una existencia animal, grandiosa y cínica.
Ayer, al morir el día, junto a la Puerta Vieja tocaba, con la lengüeta de hierro vibrando entre sus labios, los aires del país monótonos y de dulce tristeza. Pepe, el casero, cantaba cantares andaluces convertidos en vetustenses... y Petra tañía la trompa quejumbrosa, y yo sentía lágrimas dulces dentro del pecho... y la vaga esperanza volvía a iluminar mi espíritu.
Se aproximó á un grupo, en el centro del cual un hombre joven, descalzo, con pantalones elegantes y la camisa abierta de pecho, hablaba y hablaba, arropándose de vez en cuando en una manta que habían puesto sobre sus hombros. Describía con una mezcla de italiano y francés la pérdida del Californian. Este pasajero había despertado al oír el primer cañonazo del sumergible contra el vapor.
»De la historia de la enferma, pasó luego a la de la enfermedad, enumerando una por una todas sus peripecias, analizando todos sus fenómenos, mostrándoles la muerte en el pecho de su hija, haciendo, por decirlo así, la autopsia de aquel cadáver viviente con tanta claridad, con tanta precisión, que hasta yo, completamente ajeno a la medicina, podía seguir paso a paso los progresos de aquella destrucción que me llenaba de horror.
Yo no podía dormir... En vano regularizaba mi respiración, trataba de apaciguar mi pensamiento, me oprimía el pecho para contener sus latidos, ¡en vano!... ¡Yo no podía dormir! El insomnio acabó por vencerme y desmoralizarme. Me abandoné a él como un náufrago que pierde las fuerzas en la corriente.
Sentía la certeza del triunfo, la corazonada de las tardes gloriosas. La corrida fue accidentada desde su principio. El primer toro «salió pegando» con gran acometividad para las gentes de a caballo. En un instante echó al suelo a los tres picadores que le esperaban lanza en ristre, y de los jacos dos quedaron moribundos, arrojando por el perforado pecho chorros de sangre obscura.
La gran ambición de todo liliputiense era conseguir algún hilo de color de los que regalaba el déspota para cruzárselo sobre el pecho á guisa de condecoración. En resumen: mi país vivía sometido á una autoridad paternal pero arbitraria, y los hombres llevaban una existencia monótona y soñolienta, al margen de todo progreso. De las mujeres de entonces no hablemos.
Palabra del Dia
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