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Actualizado: 9 de octubre de 2025


Admiraba Roger el marcial talante de la tropa, cuando le sorprendió un sollozo que oyó á su espalda. Volvióse vivamente y vió con asombro á Doña Constanza, que pálida y desfallecida se apoyaba en el muro de la habitación y procuraba ahogar con un pañuelo posado sobre los labios los sollozos que agitaban su pecho. Los hermosos ojos fijos en el suelo, estaban llenos de lágrimas.

Pudiera estar satisfecho De mi honor y de mi pecho: De mi honor por bien nacida, De mi pecho porque, habiendo 2005 Entrado por los balcones Una noche tres ladrones, Que ya le estaban pidiendo Las llaves, tomé su espada, Y aunque ya se defendieron, 2010 Por la ventana salieron, Y esto á pura cuchillada.

Llegaron hasta él, como lejanas melodías voluptuosas y medio olvidadas, las ráfagas de una carne bien oliente, despertando su memoria sexual. El contacto de las ocultas redondeces, tibias y firmes, que se apretaban contra su pecho sin perder la turgente dureza, evocó en la imaginación de Ferragut una serie vertiginosa de escenas de amor.

Al poco rato se abrió una de éstas y apareció en ella la marquesa con la cabellera suelta y una bata colocada negligentemente sobre sus hombros, dejando al descubierto gran parte de sus brazos y de su pecho.

Con este soplar incesante y adecuado, la llama de Osorio tomaba cada vez más incremento. Ya no era poderoso por más tiempo a guardarla en el pecho. Al cabo se confió a su hermana, que era amiga bastante íntima de la joven. Rogóla que tantease el terreno a ver si podía avanzar de nuevo el pie sin peligro de precipitarse. Mariana dió el recado.

La Humanidad confiesa su culpa, pero espera la llegada del prometido Redentor, que ha de rescatarla del cautiverio del pecado. Encolerízase entonces Lucifer; huella con sus plantas el pecho de la cautiva, y ordena que la lleven á una obscura prisión; pero aquélla le anuncia que en breve uno, más poderoso, acabará con el imperio del infierno.

Era una antigua payesa que aún conservaba el traje de su pueblo: jubón obscuro, con doble fila de botones en las mangas; falda clara y rameada, y cubriendo su cabeza el rebocillo, blanco velo sujeto al cuello y al pecho, por debajo del cual se escapaba la gruesa trenza que llevaba postiza y muy negra rematada por largas cintas de terciopelo.

Líbreme Dios de no admirar tanto fervor. ¡Ojalá tuviera cada aldea y en cada semana, por lo menos, un orador de aquel género, que conservara viva y consoladora en el pecho de los pobres aldeanos la fe de sus mayores! Con ella únicamente son posibles la paz y la ventura entre tantas privaciones y miserias.

¿Quién va? preguntaron de adentro ásperamente. Levantó el pestillo sin contestar, y entró. Gonzalo, que estaba en pie en medio de la estancia, se puso rojo como una brasa al ver a su tío. Este le oprimió fuertemente contra su pecho. Las lágrimas corrieron abundantes por las mejillas del joven. Nadie le había visto llorar en aquellas críticas circunstancias.

Ramiro le miró partir sin llamarle, y caminando hacia la cueva, fue a sentarse en el rincón más obscuro, oprimiendo el crucifijo contra su pecho. ¿Qué había escuchado? ¿Su padre? ¡Un morisco!

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