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Actualizado: 23 de junio de 2025
Con gesto imperioso, al que siguió una patada, la Pitusa ordenó a las dos arrapiezas que se fueran a su obligación en la puerta de la calle; el Comadreja bajó a despachar, y quedándose solas la Benina y su amiga con el pobre Ponte, le vistieron del levitín y gabán para llevársele. «Aquí en confianza, D. Frasquito le dijo la Benina , cuéntenos por qué no hizo lo que le mandé. ¿Qué, señora?
En el primer peldaño de la escalera estaba sentada una mujer que vendía higos pasados en una sereta, y por poco no la planta el zapato de orillo en mitad de la cara. Y todo porque no se apartaba de un salto para dejar el paso libre... «¡Vaya dónde se va usted a poner, tía bruja!... Afuera o la reviento de una patada...».
De un momento a otro iba a enfadarse, y si él se enfadaba de veras, ¡pum! de la primera patada iban la Loca y sus cachorros a estrellarse en la pared de enfrente.
Al anochecer, sus pasos le llevaron hacia el bar, con un impulso irresistible que se burlaba de todos los consejos de la prudencia. La puerta de cristales se resistió á su mano nerviosa, tal vez porque manejaba el picaporte con demasiada fuerza, y el capitán acabó por abrirla dando una patada en su parte baja, que era de madera.
No acababa de decir esto cuando Martín dió una patada al farol que llevaba el viejo, y después de un empujón echó al anciano respetable a la cuneta de la carretera. Bautista arrancó el fusil a otro de la ronda, y el demandadero se vió acometido por dos hombres a la vez. ¡Pero si yo no soy de estos. Yo soy carlista gritó el demandadero.
En una replaza abierta entre espesos árboles persiguió á un jabalí, que, al verse acorralado, le acometió con espumarajos de rabia, pretendiendo hundir sus colmillos en el cuero de sus zapatos. Pero una patada del gigante lo envió por alto, yendo á estrellarse contra un árbol copudo y robusto semejante á un cedro.
Tan pronto le daba una en la mano, como alzaba con muchas una especie de pirámide; la nené se entretenía en derribarla o forjarse la ilusión de que la derribaba, pues realmente una patada de Perucho hacía el milagro. Reía ella lo mismo que una loca, y pedía impaciente, por señas, que le renovasen el juego. Pronto se cansó de él. Con todo, estaba de buen humor, gracias a la compañía de Perucho.
Crispaba los puños, y aun se hería con ellos en la frente, produciendo el sonido desapacible que resulta de la seca vibración de dos huesos que se chocan. ¿Ves? le dijo el Rey, encendido de furor y dando en el suelo una real patada, que estremeció la sala. ¿Ves lo que ha pasado? ¿Oíste?
José se encargará de despistarlos. Pero... ¡Basta ya! rugió Sarto, dando una patada en el suelo. ¡Por vida de! ¿No sé yo lo que arriesgamos? Si lo descubren no se verá en peor predicamento que si no lo coronan hoy en Estrelsau. Hablando así abrió la puerta de par en par e inclinándose asió y levantó en sus brazos el cuerpo del Rey, dando prueba de un vigor que yo estaba lejos de suponerle.
Como tenía clavada en su mente la injuria recibida, sin querer hablaba de ella. «¡Vaya la que me ha hecho! murmuró después de una pausa, mirando al suelo . ¡Qué manera de pagarme! ¡Yo, que lo dejé todo por él, y a los que me habían hecho decente les di una patada!... Perdone usted si hablo mal. Soy muy ordinaria.
Palabra del Dia
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