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Pues por donde acostumbra cuando yo no voy con ella: por estas alturas... hasta el Miradorio... Primero habíamos paseado juntos por la costa hacia la mina... Yo la dejé leyendo en la Glorieta, y me vine a casa a despachar mi correspondencia atrasada... Cuando acabé, al mediodía, la vi entrar en su gabinete, de vuelta del paseo y muy apurada, porque no sabía que era tan tarde... Por lo visto se enfrascó en la lectura; y con la agitación y el sobresalto... y el sol... ¡Si yo la contaba en casa dos horas hacía!

Había paseado pisando con ira, con pasos largos, como si quisiera rasgar la sotana con las rodillas; aquella sotana que se le enredaba entre las piernas, que era un sarcasmo de la suerte, un trapo de carnaval colgado al cuello.

Reconocía al pasar cada uno de los sitios por donde había paseado con sus agitaciones de joven ambicioso, edificando sus ensueños de fortuna y de ascenso en su carrera. En aquellos tiempos se sentía lleno de confianza en mismo, se lanzaba por los caminos del porvenir con la intrépida audacia de un aventurero que marcha a la conquista del becerro de oro.

Bajaron todos, y me detuve deseando aislarme por breve rato para recoger mi espíritu y dar alas a mi pensamiento. Habíame paseado un poco entre la puerta y la plataforma de Capuchinos, cuando vi en la muralla una persona, un bulto negro, cuya forma y figura no podía distinguirse bien, y que se volvía hacia la playa, siguiendo con la vista a los espectadores y héroes del burlesco desafío.

Esta reserva me pareció de muy mal augurio. Esperando la hora fijada saqué á mi hermana del convento y la he paseado por París. La niña no presume ni remotamente nuestra ruina. Ha tenido en el curso del día, diversos caprichos, bastante costosos.

Confieso que fué por mi culpa... No tuve constancia ni firmeza para desafiar y despreciar la opinión pública y sufrí débilmente la influencia de cobardes consejos. Me alejé un poco de esas desgraciadas señoras y cuando volví hallé la puerta cerrada y los corazones llenos de desdén... Por eso he paseado por el mundo entero mi tristeza durante diez y ocho meses, sin lograr calmarla.

Ochenta y seis años: ya había paseado bastante: ¡para lo que le quedaba que ver!... Se recluyó en el piso segundo, donde sólo admitía a su nieto.

No ignoráis, dijo entonces Tragomer, que partí hace dos años para un viaje al rededor del mundo que me ha tenido alejado de París y de mis amigos hasta el otoño último. Durante esos veinticuatro meses he recorrido numerosos y variados países y paseado por ellos mi aburrimiento y mi tristeza. Tenía serias razones para dejar la Francia. Una gran pena había alterado mi vida.

Hemos comido en el restaurant de Santa Teresa, en donde despedimos al cochero; luego hemos paseado por el jardin del palacio Real, nos sentamos durante hora y media, haciendo tertulia al venerable Lesperut, y volvemos á casa despues de las once. ¿Qué hará Luisa? dijo mi compañera, al entrar en la calle de Buenavista. Acordarse del estudiante de Estrasburgo, contesté yo.

Y con el orgullo de un descubridor, fue mostrando las maravillas de esta cubierta, por la que había paseado en los días anteriores, cuando el mar era de un tono lívido, el cielo plomizo y un viento cortante soplaba de proa a popa. Fíjese usted en la chimenea: esa torre amarilla y enorme, que vista de cerca casi da miedo. ¡El dinero que expele convertido en humo!