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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Vaya, vaya... Que sea por muchos años. Y al decir esto, paseaba por la habitación con sus zapatos de cura, que parecían querer escapársele a cada paso, acompañando sus movimientos con un monótono chac-chac. Tenía en sus piernas algo inexplicable que parecía repeler los lacios pantalones que las cubrían.

10 Ester no declaró su pueblo ni su nacimiento; porque Mardoqueo le había mandado que no lo declarase. 11 Y cada día Mardoqueo se paseaba delante del patio de la casa de las mujeres, por saber la paz de Ester, y qué se hacía de ella. 13 entonces la joven venía así al rey; todo lo que ella decía se le daba, para venir con ello de la casa de las mujeres hasta la casa del rey.

Las mujeres robaban a la madre al venderla los comestibles, y además la apodaban «la Bruja». Todos hacían la cruz a estos gitanos que se atrevían a vivir en una celda del monasterio, cerca de los muertos, en continuo trato con el fraile fantasma que se paseaba por el claustro.

Volvieron para el paseo del Arenal días de esplendidez, transcurridos aquellos años de la guerra, y en 1823, cuando Fernando VII visitó á Sevilla, este monarca paseaba con gran frecuencia en carruaje por la orilla del río, donde era objeto de no pocas manifestaciones de los absolutistas.

No pudo entretenerse en contar su tesoro, porque entró doña Lupe, dirigiéndose inmediatamente a la cocina. Maximiliano se paseaba en su cuarto esperando que le llamasen a comer, y hacía cálculos mentales sobre aquella desconocida suma que tanto le pesaba. «Mucho debe de ser, pero mucho calculaba ; porque en tal tiempo eché un dobloncito de cuatro, y en cual tiempo otro.

Seguidamente, uno y otro, se dirigieron al estrado. Ya un crecido número de visitas rodeaba a don Íñigo. Don Pedro de Valderrábano, hidalgo viejo y socarrón, se paseaba solo, observando maquinalmente los muebles y mirando las figuras de los tapices. Otros señores hablaban, en pie, junto a las vidrieras, por donde entraba una luz opaca y mortecina.

Los remilgos eran fingidos, pero el que se propasaba se exponía a salir con las mejillas ardiendo. Las virtudes que había allí sabían defenderse a bofetadas. En general, se movía aquella multitud con cierto orden. Se paseaba en filas de ida y vuelta. Algunos señoritos se mezclaban con los grupos de obreros.

¿Cómo es eso?... ¡Señor!... ¡Cuente! exclamó Baldomero. ¡Cosas de Melchor, amigo! me lo has dicho recién. Es que soñé realmente con que paseaba con ella a caballo. ¡No decía yo!... ¡Si se me hace que vamos a andar mal! dijo Baldomero, agregando: ¡Vaya que ella también haya soñado!... Sería interesante dijo Melchor saber con quién... ¡Así es! repuso Baldomero.

Isidora vivía en el 23 de la calle de Hernán Cortés. Miquis se paseaba desde la lechería a la esquina de la calle de Hortaleza, y estaba embozado en su capa de vueltas rojas, porque si bien el día era claro y hermoso, se sentía fresco. Saludáronse y emprendieron su marcha hacia el Retiro.

Frecuentaba varias tertulias, tomaba café, iba tres veces al año al teatro, paseaba en invierno por el Prado y en verano por la Montaña, y se retiraba á su casa después de conversar un rato con el sereno. La índole de su talento le inclinaba á la contemplación. Leía mucho, deleitándose sobremanera con las novelas sentimentales, que tanta boga tuvieron hace cuarenta años.

Palabra del Dia

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