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Actualizado: 10 de junio de 2025


Se sentaban con aire de señores, rodeando al maestro, mientras por la galería opuesta paseaba el Vara de plata como un fantasma negro, leyendo su libro de horas y lanzando de vez en cuando una mirada triste sobre el grupo. ¡Hasta su antiguo vasallo el cura de las monjas se atrevía a abandonarle para escuchar a Gabriel!

Lo único que me tranquilizaba un poco era el placer que manifestaba usted en quedarse a mi lado. Cuando usted paseaba por el jardín, yo, desde mi diván, le seguía con el rabillo del ojo y muchas veces fingía dormir para que usted se acercase a con más libertad. No tenía necesidad de abrir los ojos para saber que usted estaba allí; le veía a través de las pestañas.

Se sabe por los libros que el mar es inmenso; pero la inmensidad en la lectura no es más que una palabra. Hay que colocarse en ella, sentir el extravío de la imaginación ante el espacio sin límites, hacer comparaciones... Ayer me paseaba yo por el buque.

Soy tuya... eres mi único amor. Yo no soy casada... Y con caricias de gata mimosa le paseaba sus manos finas y pálidas por el rostro, estampaba en él menudos, infinitos besos, le anudaba los brazos al cuello, se lo mordía con leves y fugaces mordiscos de ratón.

El ingeniero, después de disimuladas averiguaciones entre las familias amigas de ellas residentes en Pasadena y en Los Ángeles, llegó á saber que se habían trasladado á San Francisco. Fué allá, y consiguió una tarde hablar con Margaret en el Gran Parque, cuando paseaba con su maestra de español.

Emprendió la marcha hacia el interior de la ciudad, lentamente, con desaliento, pensando morir; diciendo adiós a todas las ilusiones que aquella mujer parecía haberse llevado consigo al volverle implacable la espalda. ; era un muerto que paseaba su cadáver bajo la luz triste de los primeros faroles de gas que comenzaban a encenderse. ¡Adiós, amor! ¡adiós juventud! Para él ya no había primavera.

Pero lo raro es que en aquel salón no había nadie más que yo, que me paseaba en traje de etiqueta, viendo repetirse mi imagen en todos los espejos. El silencio era casi absoluto. Mis pies se hundían en la mullida alfombra sin producir ruido. Al cabo de algún tiempo observé que se abría una puerta y aparecía en ella la torneada figura de la condesa, rica y elegantemente vestida.

Después se separaron y Herminia y Mauricio recorrieron del brazo el salón mientras Roussel se paseaba con aire distraído.

Los de Jerónimo se adelantaron para reconocer a los que llegaban y los dejaron pasar. En la granja reinaba un silencio profundo; un centinela, arma al brazo, se paseaba delante de las trojes, en las que dormían sobre montones de paja unos treinta hombres.

Paseaba, pues, don Cándido el día 15 de Marzo del ya citado año de 1681 por la Alameda de Hércules, cuando fué avisado que dos mujeres que por allí vivían andaban cambiando monedas falsas, y lo mismo fué el tener tal noticia, acompañado de dos alguaciles y del escribano don Jerónimo de Parga, presentóse en la casa que le habían señalado como residencia de las mujeres, á las cuales sorprendió, comenzando el registro del domicilio.

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