Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 13 de mayo de 2025
Muchos domingos el tiempo nos fastidiaba; comenzaba a llover de una manera desastrosa, y mi madre no me dejaba salir. Le acompañaba a Aguirreche, comíamos en casa de mi abuela y pasábamos la tarde allí. ¡Qué aburrimiento! Se formaba una tertulia de señoras respetables, entre las que había dos o tres viudas de capitanes y pilotos, y al anochecer se tomaba chocolate.
Todos los días lo visitaba y pasábamos juntos largas horas hojeando esos manuscritos japoneses ilustrados con láminas, esos libros científicos o históricos, unos tan inmensos que no se podían abrir más que en el suelo, otros tan largos como una uña, solamente legibles con una lupa muy potente, dorados, finos, preciosos.
Con Espronceda, Ros de Olano, Enrique Gil y Florentino Sanz asistía al cenáculo del café del Príncipe, amable lugar donde se forjaron algunas de esas queridas narraciones que tanto nos han emocionado en nuestros primeros devaneos sentimentales, cuando pasábamos horas enteras devorando las pintorescas ediciones de Gaspar y Roig.
Un paredón maldito frente al hotel quita la vista del mar; esperamos pacientemente y sólo vemos el buque cuando está a punto de fondear... ¡No es el nuestro! Pasábamos el día entero en el muelle, presenciando un espectáculo que no cansa, produciendo la punzante impresión de los combates de toros.
Toda la costa nos pertenecía, en todas partes bailábamos, pasábamos el domingo entero en fiestas y por la noche, o el lunes de madrugada, nos poníamos en viaje para la ciudad. El pobre viejo se animaba con sus recuerdos, y después, como despertado de su sueño por el presente, proseguía: ¡Qué disparate he hecho en casarme, Julio, con una mujer tan joven!
Gozaba yo entonces de hermosa libertad. Mis mejores amigos eran Celesto y Angustias, la hija de Belarmino. Pasábamos juntos dos o tres horas todos los días, bajo los arcos de la plaza en tiempo lluvioso, y los días serenos, de paseo en el parque o de excursión por las afueras, a coger flores y nidos, cazar grillos y pescar ranas. De Belarmino ya le he hablado.
Eran excelentes jinetes, y galopaban y caracoleaban á uno y otro lado, chasqueando sus bonitos látigos. Una banda de música nos precedía, y las casas indias que pasábamos presentaban sus acostumbradas demostraciones de bienvenida. Los caminos tenían mayor número de adornos y arcos de bambúes en ambos lados. Los morteros haciendo fuego anunciaban nuestra llegada.
Cuando pasábamos cerca la miraba atentamente; pero ni ella ni sus compañeras alzaban los ojos del suelo. No obstante, observé que con el rabillo me lanzaba alguna rápida y curiosa ojeada. Es linda la monjita, ¿verdad? me dijo el señor Paco. ¡Phs! No es fea... Los ojos son muy buenos. Y qué colores tan hermosos, ¿eh? El color no me parece muy allá... Pero ¿de quién habla usted?
El porvenir me había hecho olvidar el pasado: no obstante, Carlos nada me había dicho, nada me había confesado; pero parecíame que entre nosotros existía un secreto, un misterio... ¿Qué podía pedirle? ¡El me amaba! ¿Qué me importaba lo demás? »Como en el tiempo de nuestra niñez, pasábamos el tiempo agradablemente entretenidos y dábamos largos paseos.
Palabra del Dia
Otros Mirando