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Actualizado: 13 de mayo de 2025
El marido es comerciante en sederías. Tiene unos cuarenta mil pesos. Encontrábamos a dos niñas con sus novios respectivos. Ni una peseta; el palmito y nada más. Pasábamos cerca de un caballero anciano. Adiós, D. Juan... Propietario rico; su labranza vale más de cien mil pesos. Parecía que estaba dedicado exclusivamente a tasar los bienes ajenos. Me repugnó algo aquella sórdida cualidad.
Al principio le dábamos al guardián alguna moneda para tenerle contento; pero luego le cogíamos la lancha sin decirle nada. Mientras veía que entrábamos en el bote, hacía como que no se fijaba; pero cuando pasábamos por delante del agujero de Caracas, Shacu se adelantaba y se ponía a gritar con todas sus fuerzas: ¡Dejad esa lancha, granujas!
Sólo te quiero enseñar antes de volverte a llevar donde te he encontrado, concluyó Asmodeo, una casa donde dicen especialmente que no las hay este año. Quiero desencantarte. Al decir esto pasábamos por el teatro. Mira allí me dijo a un autor de comedia. Dice que es un gran poeta. Está muy persuadido de que ha escrito los sentimientos de Orestes, y de Nerón, y de Otelo... ¡Infeliz! ¿Pero qué mucho?
Ya estábamos á media legua del fin de nuestro viaje de inauguración: acabábamos de entrar en el Valle de Buelna, de regreso de Santander: sólo nos faltaban cuatro minutos de marcha por la llanura, para estrechar la mano á los que nos aguardaban ansiosos, con las botellas de Champagne á medio abrir, y celebrar la apertura de esta sección de la vía férrea..... Pasábamos sobre el último terraplén también el último, por haberse concluído aquella misma mañana.
Debo decir, para descargo de mi conciencia, que desde aquel momento la gratitud me hizo olvidar toda cavilación maliciosa acerca del parentesco de mis compañeros de viaje. La noche estaba ya bien avanzada cuando pasábamos por enfrente de Simancas, tan famosa por su archivo histórico riquísimo en preciosos documentos.
Escríbelo así el venerable Misionero: «Pasábamos el agua á las rodillas, y eran tan profundos los pantanos, que apenas podía sacar el pie, cayendo y levantando á cada paso; acabó de empaparme en agua una lluvia deshecha que duró muchas horas.
Lo pasábamos en una noche muy obscura, cuando de pronto detuviéronse los coches, oímos gritos, sonó un disparo, y algunos hombres de mal aspecto, saltando desde los cercanos matorrales, se arrojaron al camino. Al instante corrimos sable en mano hacia ellos...; pero basta ya, y déjenme dormir, pues ni con tenazas me han de sacar una palabra más. FIN DE «BAIL
Nosotros no éramos precisamente Adán y Eva; pero sí heroicos Robinsones, arrastrados a nuestro destino por una gran desgracia de familia: la muerte de nuestra tía, acaecida cuatro días después de comenzar nuestra exploración. Pasábamos el día entero huroneando por la quinta bien que las higueras, demasiado tupidas al pie, nos inquietaran un poco.
Porque pasábamos de docena y media los comensales, entre propios y extraños. No entendían el rumbo de otro modo las mujeres que lo habían manipulado; y así me expliqué yo perfectamente sus afanes y desvelos, y las gentes y las cosas que habían movido y removido en la casa, en el lugar y fuera de él, de tres días a aquellas horas.
En fin, nunca, nunca, por más elocuencia que se despliegue para probármelo, nadie me convencerá de que pueda haber verdadero amor, sin tener la estimación por base. Pasábamos los días más agradables del mundo en la casa parroquial, bajo la vigilancia del cura.
Palabra del Dia
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