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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Nombraba turcos, galeones y capitanes, todos los que había leído en unas coplas que andaban de esto; y como él no sabía nada de mar, porque no tenía de naval más del comer nabos, dijo, contando la batalla que había vencido el señor don Juan en Lepanto, que aquel Lepanto fue un moro muy bravo, como no sabía el pobrete que era nombre del mar. Pasábamos con él lindos ratos.
Pasábamos la velada hablando del invierno que se aproxima. Duchêne decía que iba a ser rudo, porque había visto grandes bandadas de patos silvestres.
Pasábamos por las plazas donde se vendían pan y otras provisiones. Yo pensaba, y aun deseaba, que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque esta era propia hora, cuando se suele proveer de lo necesario; mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas. "Por ventura no lo ve aquí a su contento, decía: yo, y querrá que lo compremos en otro cabo," Desta manera anduvimos hasta que dio las once.
De trecho en trecho, el ruido producido por nuestras pisadas nos indicaba pasábamos sobre bóvedas. ¿Qué guardarán estas? ¿Dónde terminará su fondo? ¡Profundos misterios de la divina ciencia impenetrables á la humana materia! Varias veces tuvimos que pararnos á fin de cobrar aliento. Unas cuantas varas más y estaríamos en la línea del vértice.
Una tarde en que paseaba con mi buen amigo el Padre Ibáñez, por delante de la línea de verdura que se extiende desde el colegio á la administración, observé que el Padre, siempre que pasábamos frente al Gobierno, miraba con detención el hueco del balcón que media el edificio.
Parecía como si estuviera en otro mundo distinto del nuestro, aunque le veíamos á unas cuantas varas de nosotros; remoto, aunque pasábamos junto á su sillón; inaccesible, aunque podríamos alargar las manos y estrechar las suyas.
¿Verdad que es muy hermoso? dijo apretándose contra su marido . Tú apenas has visto esto, pero yo lo conozco perfectamente porque de soltera venía con mi padre a merendar a este sitio todos los domingos. Algunas veces venía la criada con nosotros, traíamos el almuerzo y pasábamos aquí todo el día.
Sudaba sólo acordándose de ello. Así pasábamos las horas de la comida, charlando largo y tendido: el faro, el mar, narraciones de naufragios, historias de bandidos corsos... Luego, al obscurecer, el torrero del primer cuarto encendía su candileja, tomaba la pipa, la calabaza, un grueso Plutarco de cantos rojos, único volumen que constituía la biblioteca de las Sanguinarias, y desaparecía por el fondo.
Desde la noche a la aurora, En este jardín hermoso Pasábamos el gozoso Tiempo que agora nos falta, Porque la gloria más alta Tiene su fin más dudoso. Mas ya estaréis, por ventura, Destos tiempos olvidada, Porque la gloria pasada Poco en la memoria dura De quien olvidar procura Para vivir sin tormento.
La armonía, las buenas amistades, se entablaron pronto, y sólo entonces empecé realmente a gozar de las bellezas indescriptibles de aquella naturaleza estupenda. Pasábamos el día guerreando a muerte con los caimanes. No he hablado aún de esos huéspedes característicos del Magdalena, porque, durante mi inolvidable permanencia en el Antioquía, creo no haberles dispensado una mirada.
Palabra del Dia
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