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Actualizado: 13 de mayo de 2025


El piso no era terso ni cómodo: los pies bañaban sobre los guijarros y pseudoadoquines, con grave detrimento de los callos: además, se corría peligro inminente de resbalar en alguna corteza de naranja o de sandía o de tomate, de que había buena copia: de los balcones las dejaban caer sin aprensión ninguna sobre los que pasábamos.

Pasábamos por las plazas do se vendía pan y otras provisiones. Yo pensaba y aun deseaba que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque ésta era propria hora cuando se suele proveer de lo necesario; mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas. "Por ventura no lo vee aquí a su contento -decía yo- y querrá que lo compremos en otro cabo." Desta manera anduvimos hasta que dio las once.

Repito que es una idolatría como otra cualquiera, y no necesito decir si la idolatría es ó no inmoral. Hablar de la industria equivale á hablar del comercio. Un día pasábamos por la calle de Richelieu y vimos un magnífico chal bordado de oro. Yo tenia gana de saber su precio, así como de ver el arreglo interior del almacen, y propuso á mi mujer que entráramos.

Pasábamos la noche en una buena fonda que allí había, donde nunca faltaba gente alegre que jugaba a los naipes y cenaba ya tarde. También se solía bailar cuando había mujeres. Aquel sitio era delicioso. El fresco y abundante caudal de agua cristalina que traía un riachuelo se lanzaba desde la altura de unos cuantos metros y formaba una cascada espumosa y resonante.

Después de una breve pausa, prosiguió así: Esta gente que me rodea tiene las mismas pasiones que las de allá arriba; pero no disimula nada. Es una ventaja. Prendas diversas les caracterizan, pero aquí todo es abrupto y primitivo como las rocas, donde no ha golpeado aún el martillo del hombre para labrar un camino. Los hay más crueles que Glocester, más mentirosos que Walpole, más orgullosos que Cromwell, más poetas que Shakespeare, y casi todos son ladrones. Yo me deleito con la salvaje manifestación de sus pasiones y me finjo ignorante de sus truhanerías. Aquel viejo que allí se ve haciendo cruces encima de la escudilla, me ha robado todos los doblones de oro que yo llevaba en mi bolsillo. Juntos pasábamos largas horas por las noches en la muralla.

Y un recuerdo retrospectivo de sus quince años le hacía esbozar un suspiro. Después de esto pasábamos a la recitación de memoria, y ya las cosas no marchaban tan bien. Era la hora crítica el momento de la conversación, de las opiniones personales, de las discusiones y hasta también de las reyertas.

Sábelo Dios.» Y aleluyas y más aleluyas. En nuestra caminata arriba y abajo pasábamos por delante de una garita que me llamaba la atención, porque tenía encima un rótulo, para enigmático: «LampisteríaEn una de las vueltas, un hombre, con un farol, salió de la garita.

Como durante la primera semana del mes de julio no nos faltaron víveres abundantes, lo pasábamos perfectamente; y como tampoco tropezamos con los franceses, establecidos, aunque muy inquietos, al otro lado del río, a todos, especialmente a los inexpertos, nos parecía la guerra una ocupación dulcísima.

Recuerdo que me eché a dormir sobre la mesa, y cuando me quise dar cuenta de dónde estaba, me encontré, como por arte de magia, a bordo de un gran buque, que salía en aquel instante de la rada de Brest. Pasábamos por delante del Fuerte del Diablo, cuando oímos el cañonazo indicando que se abría el puerto. El barco en donde estaba era un barco negrero.

¡Oh qué horror! decía mi don Periquito con compasión, sin haberlos visto mejor en su vida. ¡Aquí no hay teatros! Pasábamos por un café. No entremos. ¡Qué cafés los de este país! gritaba. Se hablaba de viajes. ¡Oh! Dios me libre; ¡en España no se puede viajar! ¡qué posadas! ¡qué caminos!

Palabra del Dia

condesciende

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