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Actualizado: 12 de junio de 2025


Hallábanse charlando tranquilamente cuando, rompiendo por entre los grupos con señales de agitación en el rostro, apareció el señor Rafael. ¿Dónde está mi sobrino? ¿Dónde está ése? venía preguntando en voz alta. Y así que llegó á la parra y le divisó, acercóse rápidamente á él y le dió un estrecho abrazo.

Pensó entonces en que podía ir a avisar a los traidores, y tomó otra vez la dirección de la casa a la carrera para ganarle por la mano. Subió de nuevo por la parra al cuarto de su suegro. Esta vez, el balcón estaba llegado nada más.

El bufón le hizo repetir esta operación tres veces consecutivas. Una gran cantidad de los polvos había sido introducida en la pera. Ahora podéis ponerla ese lazo dijo el tío Manolillo. Montiño puso en la pera el lazo rojo y negro. Tomó la pera el bufón, y colocándola sobre una hoja de parra contrahecha, para aislarla, la puso sobre las otras confituras.

No adivinaba la razón que su padre habría tenido para desprenderse de ella. La lluvia seguía redoblando sordamente sobre los pomares y la parra. Allá en el establo, detrás de ellos, se oían de vez en cuando los mugidos del ganado. Sin embargo, una débil claridad comenzaba á esparcirse por el Oriente. Era necesario pensar en marcharse.

Pues mira, Rafaela contestó Juanita , di a Longino con toda seriedad también, que es un galopín sin vergüenza, y que él y su amo vayan a escardar cebollinos. No te alteres, hija; no te subas a la parra dijo Rafaela al ver enojada a Juanita . ¿Qué se pierde ni qué ofensa se te hace en tentar el vado?

Todas las casas de este tienen entre una proporcional separación dividida por empalizadas de caña. Estas empalizadas resguardan árboles arbustos y malezas, y en algunas que el dueño es cuidadoso se ven verdaderos huertos, en que al lado del rústico cenador crece la parra, á cuyo tronco trepan los tallos de las sandías con las que se mezclan las doradas hojas de la piña y las mazorcas del maíz.

Es una diatriba galicista contra el drama nacional español, llena de pensamientos vulgares y de extravagancias literarias de mal gusto, no compensadas con noticia alguna interesante. Origen, épocas y progresos del teatro español, por Manuel García de Villanueva, Hugalde y Parra. Madrid, 1802.

Las pilas son de piedra arenisca; el pozal es de madera; sobre la puertecilla destaca un cuadro de azulejos. San Antonio, vestido de azul, mira extático, cruzados los brazos, a un niño que desciende entre una nube amarillenta y le ofrece un ramo de blancas azucenas. Detrás del aljibe hay una balsa pequeña y profunda. La cubre una parra.

Pues creo que pondremos al fin la kerrmesse en el Rreal dijo . Ahorra mismo voy a casa de Curra, parra que decidamos... ¿Cómo no has almorrzado allí hoy?... Jacobo arrojó la servilleta hecha un lío encima de la mesa y dijo gravemente mirando al tío Frasquito: Porque necesitaba hablarte. ¡Ya! exclamó el viejo.

Pepe de Chiclana, marido de Paca la de la Parra, era un hombre de seis pies de alto, gordo en proporción, de cuarenta años de edad, cara redonda, ojos pequeños carnosos, pesado y tardo en sus movimientos como en sus palabras. Formaba vivo contraste con su exquisita esposa, toda delicadeza y elocuencia, tan distinguida, tan razonable, tan afluente.

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