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Actualizado: 12 de junio de 2025


Por último diremos que en ocasiones, fueron también objeto de regalo los desdichados moros, hechos prisioneros por nuestros soldados, según consta en un libramiento de la Ciudad hecho á 1.º de Diciembre de 1488 en favor de Gonzalo Gómez de Cervantes y del comendador Juan de la Parra, «de 50000 maravedises por ciertos moros y moras del Rey y de la Reyna» que la Ciudad regaló al Maestre de Santiago y además 30 doblas de oro castellanas, que se pagaron á Luís Diaz de Toledo por un halcón que se envió también como obsequio al mencionado Maestre.

¡Cómo me gustaba aquel jardín, con sus cuadros de huerta, con sus orlas de flores rodeadas de boj, con sus musgosos y viejos manzanos, sus rosales grandes como árboles y la parra y las campanillas azules que vestían la fachada de la casa! También tenía cariño a aquel destartalado caserón, en el que corrían los ratones por delante del indolente gato, que les dejaba correr.

Era de un solo piso, vetusta; gran corredor de madera ya carcomida, cubierto casi todo él por una vigorosa parra, que lo aprisionaba por debajo con sus mil brazos secos y le servía de hermosa guirnalda por arriba; el vasto alero del tejado poblado de nidos de golondrinas; la puerta de la calle negra por el uso y partida al medio como las de toda aquella comarca; por entrambos lados huerta, cuyos árboles frutales aventajaban con mucho la altura de la pared.

Llevaba pantalones. Era su hermano Pepet... Pepet, que vivía en Ibiza desde un mes antes, preparándose para seminarista, y al que la gente había dado por esto el apodo de el Capellanet. ¡Bon día tengui!... Pepet extendió una servilleta en un lado de la mesa y puso sobre ella dos platos tapados y una botella de vino de parra que tenía el color y la transparencia del rubí.

, en efecto, gran algazara, y, al tender la vista por el taller, observo que todos los rostros están vueltos hacia , sonrientes; que se agitan las manos, imitando mis ademanes, un poco descompasados; que se tose, y se estornuda, y se ríe, y se patea. Esta noche pase uté por casa. Vivo en Triana, calle de San Jasinto. Pregunte uté por el corral de la Parra me dijo Paca cada vez más agitada.

Entrando, a la derecha, aparecen ocho cuadros sembrados de legumbres y cercados por árboles frutales y hierba forrajera; de un cuadro a otro hay un paseo sembrado de arena; al extremo de estos paseos, algunos troncos de parra que sustentan un verde artesonado de pámpanos sombreando un banco de roble.

Soledad fingió creer estas explicaciones, ó acaso las creyó de veras, pues mirando desde su punto de vista le costaba trabajo suponer que hubiera mujer capaz de desdeñar aquella octava maravilla de la tierra. Al día siguiente, víspera de Carnaval, fueron ambos á la tienda de la Parra, por ser último día de columpio.

Debajo de esta araña había una gran mesa cubierta con un mantel, y sobre el mantel una numerosa variedad de manjares servidos en vajilla de plata; en el centro estaban los postres de dulces, conservas y frutas de la estación, y en medio de estos postres un plato de confituras coronado por una enorme pera, puesta sobre una hoja de parra artificial, y adornada con un lazo rojo y negro.

A un muchacho que vi solo, arrimado al quicio de una puerta, le pregunté por el corral de la Parra. usted veinte pasitos más, y aquí, a la izquierda, tiene usted la entrada. En efecto, la hallé pronto, y di en un patio estrecho y largo, y luego en otro mucho más amplio que era, según vine a entender, el propio corral.

Velázquez se fué calmando con la charla de su nueva querida. Y de esta suerte llegaron hasta la puerta de casa. La hermana de María vivía en una callecita estrecha del barrio de la Viña, cerca de la Catedral. Paca la de la Parra vivía algo más lejos, en el mismo barrio. Despidiéronse, pues, allí, ésta con su marido, Soledad, Antonio y otras dos mujeres, y siguieron adelante.

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