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Actualizado: 24 de junio de 2025


PANTOJA. Vaya usted... Cuide de que Máximo no intervenga... DON URBANO. Voy. PANTOJA. Temo alguna contrariedad. PANTOJA. ¿Y Máximo? BALBINA. Lleno de confusión, como todos nosotros, que no entendemos... Voy a dar parte a la señora... PANTOJA. No, no. ¿Han venido la Superiora y las Hermanas? BALBINA. Ahí están. PANTOJA. No diga usted nada a la señora. Entre en la casa y espere mis órdenes.

PANTOJA. Justo... Y para que se persuadan de que nada temo, pueden traer, a más del notario, al señor delegado del Gobierno. Mandaré abrir las puertas del edificio... permitiré a ustedes que hablen cuanto gusten con Electra, y si ella quiere salir, salga en buena hora... MARQU

Que se reconozca obligada a padecer por los que le dieron la vida, y purificándose ella, nos ayude, a los que fuimos malos, a obtener el perdón... Por Dios, ¿no comprende usted esto? , . ¡Cuánto admiro su inteligencia poderosa! PANTOJA. Menos admiración y más eficacia en favor mío. PANTOJA. Naturalmente, a usted no puede inspirar Electra el inmenso interés que a me inspira.

PANTOJA. Sacrílego, ofendes a Dios con tus palabras. MÁXIMO. Más le ofende usted con sus hechos. PANTOJA. Basta. No he de disputar contigo... Nada más tengo que decirte. MÁXIMO. ¿Nada más? ¡Si falta todo! Vamos. Los mismos, EVARISTA; tras ella la SUPERIORA y dos HERMANAS de La Penitencia; después PATROS. EVARISTA. ¿Qué ocurre, Máximo...? He sentido tu voz, airada.

BALBINA. Bien, señor. Por primera vez en mi vida no acierto a tomar una resolución. Iré allá. Tampoco. Alto... Me dice el Marqués que de aquí, después de una larga conversación con usted, salió Electra en ese terrible desvarío. Aquí... cierto... hablamos... La niña... MÁXIMO. Mordida fue por el monstruo. PANTOJA. Tal vez... Pero el monstruo no soy yo.

EVARISTA. Ronda y divaga el fundador, rezando por y por la pobre pecadora, implorando el descanso de ella, el descanso suyo. PANTOJA. ¡Oh! ... Allí reposarán también mis pobres huesos. PANTOJA. ¿Duda usted todavía de que mis fines son elevados, de que no me mueve ninguna pasión insana? EVARISTA. ¿Cómo he de dudar eso? PANTOJA. Pues si mi plan le parece hermoso, ¿por qué no me auxilia?

PANTOJA. ¡Ah! señores de la Ley, yo les digo que Electra, adaptándose fácilmente a esta vida de pureza, encariñada ya con la oración, con la dulce paz religiosa, no desea, no, abandonar esta casa. PANTOJA. Ahora precisamente no. PANTOJA. Tenga usted calma. MÁXIMO. No puedo tenerla. EVARISTA. Es la hora del coro. Quiere decir San Salvador que después del rezo...

ELECTRA. Deje usted que aligere mi corazón. Pesan horriblemente sobre él las conciencias ajenas. ELECTRA, PANTOJA; EVARISTA por el foro. EVARISTA. Amigo Pantoja, la Madre Bárbara de la Cruz espera a usted para despedirse y recibir las últimas órdenes. PANTOJA. ¡Ah! no me acordaba... Voy al momento. Vigile usted. Temamos las malas influencias. ELECTRA, EVARISTA, EL MARQU

No me conformo con que usted lo parezca: quiero que lo sea. Un ángel que pertenece a usted... ¿Y en esto debo ver un acto de caridad extraordinaria, sublime? PANTOJA. No es caridad: es obligación. A mi deber de ampararte, corresponde en ti el derecho a ser amparada. ELECTRA. Esa confianza, esa autoridad... PANTOJA. Nace de mi cariño intensísimo, como la fuerza nace del calor.

PANTOJA. No a qué guardas reservas conmigo, sabiendo lo que me interesa tu existencia, tu felicidad... Pues si le interesa mi felicidad, alégrese conmigo: soy muy dichosa. PANTOJA. Dichosa hoy. ¿Y mañana? ELECTRA. Mañana más... Y siempre más, siempre lo mismo.

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