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Actualizado: 6 de septiembre de 2025


Sintiéndose morir, llamó a Valeria y le habló de este modo: No te hagas ilusiones dijo sonriendo con una serenidad que daba miedo; esto se acabó. Quiso su amiga interrumpirla gastando bromas y fingiendo esperanzas, mas ella continuó: Óyeme bien.

32 Y si tuvieres palabras, respóndeme; habla, porque yo te quiero justificar. 33 Y si no, óyeme a ; calla, y te enseñaré sabiduría. 1 Además respondió Eliú, y dijo: 3 Porque el oído prueba las palabras, como el paladar gusta para comer. 8 Y va en compañía con los que obran iniquidad, y anda con los hombres maliciosos.

Esta escena ocurría en el gabinete, hallándose las dos cosiendo sus trajes de verano. No vengas ahora con lagrimitas que han de parecer de hipocresía. Porque yo digo una cosa. Óyeme atentamente». Doña Lupe dejó la costura y se preparó a hablar, como los oradores de profesión. «Yo me pongo en el caso de una mujer que siente una pasión antigua, con raigones muy hondos y que no se pueden arrancar.

2 ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma, con ansiedad en mi corazón cada día? ¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre ? 3 Mira, óyeme, SE

JARIFA. Si para lamentarme, Aquí, donde perdí mi libre vida, Lugar no quieren darme El blando río y planta endurecida, Al cielo es bien que pida Piadoso oído atento. Oídme cielo hermoso; Óyeme, amor, contento De haber triunfado de mi libre intento Con arco poderoso.

17 Y no escondas tu rostro de tu siervo; porque estoy angustiado; apresúrate, óyeme. 18 Acércate a mi alma, redímela; líbrame a causa de mis enemigos. 21 Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre. 23 Sean oscurecidos sus ojos para ver, y haz siempre titubear sus lomos. 24 Derrama sobre ellos tu ira, y el furor de tu enojo los alcance.

Luego, cada cuatro días, llegaba impresa en hoja suelta, con renglones cortos, alguna de las cartas que «el ciudadano Roque Barcia dirigía a sus amigos», con frecuentes exclamaciones de «óyeme bien, pueblo», «acércate, pobre, y compartiré tu frío y tu hambre», que enternecían a los viñadores, haciéndoles tener gran confianza en un señor que les trataba con esta fraternal simpleza.

Óyeme bien dijo acortando el paso y fijando sus ojos en los de Fernando con imperiosa resolución . No quiero que te vayas. ¡No te irás, no debes irte!... Me dice el corazón que va a ocurrir algo malo. Golpeaba el suelo con un pie; apretaba convulsivamente con su garrita enguantada una muñeca de Ojeda, como si temiese verlo desaparecer.

¡Está bueno! ¡Muy bien!... Oyeme, porque tengo el deber de mostrarte el camino. ¿Sabes bien lo que haces? ¿Has pensado en lo que puede pasar? ¿Pasar?... ¿qué? Que te cases con esa muchacha. Pero fíjate: ya tienes edad para reflexionar, al menos. ¿Sabes quién es? ¿De dónde viene? ¿Conoces a alguien que sepa qué vida lleva en Montevideo? ¡Papá!

Esto causó cierta impresión en el viejo, y mientras las niñas, de pie junto a la cama, contemplaban con el ceño fruncido y los labios apretados la agonía del pobre enfermo, don Juan dijo a su hermana en voz muy baja y titubeando como si se arrepintiera de su debilidad: Óyeme, Manuela; por ti no haría nada... no lo mereces; pero a la vista de esas pobres chicas me siento débil y no quiero que mi conciencia cargue con un remordimiento.

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