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Actualizado: 7 de julio de 2025
Halláronlo sus amigos oprimiendo con sus labios un crucifijo, y escuchando devotamente el oficio de difuntos, recitado por un clérigo; presintiendo que se acercaba su última hora, se arrodillaron todos gimiendo y llorando alrededor de su lecho, hasta que un Jesús María, apenas perceptible, les anunció que había terminado su última lucha.
Yo volveré pronto, te lo juro. ¡Y quién sabe!... Tú vendrás allá... más adelante: cuando yo sepa cuál puede ser mi suerte. Ella se soltó bruscamente de su brazo, anduvo algunos pasos titubeante, y casi se desplomó sobre un banco. Su diestra, oprimiendo un minúsculo pañuelo, pasó entre el velillo y el rostro para cubrirse los ojos.
El «sí», a una proposición de matrimonio, cuando el proponente nos agrada, brota espontáneo, casi sin palabras; lo damos con los ojos, con el movimiento balbuciente de nuestros labios, oprimiendo con el nuestro el brazo del cual vamos asidas en el baile. Esta última actitud, oprimir el brazo, asirnos a él, suele ser la más corriente como reveladora de nuestro gozoso asentimiento.
Se había paseado con ella por el desierto de la última cubierta, oprimiendo su brazo aéreo, oyendo el leve crujido de sus pasos invisibles, murmurando dulces palabras que sólo obtenían una respuesta mental.
La obra, recién encarnada en su mente, anunciaba ya con íntimos rebullicios que era un ser vivo, y se desarrollaba potentísima oprimiendo las paredes del cerebro y excitando los pares nerviosos, que llevaban inexplicables sensaciones de ahogo a la respiración, a la epidermis hormiguilla, a las extremidades desasosiego, y al ser todo impaciencia, temores, no sé qué más... Al mismo tiempo su fantasía se regalaba de antemano con la imagen de la obra, figurándosela ya parida y palpitante, completa, acabada, con la forma del molde en que estuviera.
Para salir de este laberinto y apreciar con mas exactitud los efectos del arsénico, es necesario admitir varios grados en su accion, ya considerándola inicial, ligera, pasajera y limitada á la esfera nerviosa, ya mas viva y afectando la circulacion, ya violenta y oprimiendo la vida, ya, en fin, obrando con intensidad, ó con una duracion suficiente á modificar profundamente la vitalidad, los líquidos y sólidos.
Pero el Rey está allí, en el castillo. Este caballero... ¡Mírame, Rodolfo! ¡Mírame! gritó, oprimiendo mi rostro entre sus manos. ¿Por qué permites que me atormenten así? ¡Dime, qué significa esto! Entonces hablé, fijos mis ojos en los suyos. ¡Dios me perdone, señora! dije. No soy el Rey. Sentí en mis mejillas el temblor convulsivo de sus manos.
Teobaldo corrió en socorro de su amigo, le hizo colocar en su coche, cuyas cortinas bajó, y se alejó lentamente por enmedio de la multitud, mientras que Carlos, volviendo hacia su amigo los ojos bañados en lágrimas, le decía: ¿Habrá en el mundo nadie más desdichado que yo? ¡Sí le contestó Teobaldo oprimiendo su mano; sí, lo hay! Que esta idea te consuele y te impida acusar a la Providencia.
En ese instante el amor materno alzó su voz; antes un doloroso estado de conciencia que el olvido; antes la continuación del sufrimiento causado por la laxitud, que el amodorramiento de los brazos que la imposibilidad de seguir oprimiendo y sintiendo la preciosa carga. Algunos segundos más tarde Molly arrojó algo; no era la materia negra, era un frasco vacío.
¡Con qué interés ardiente recogía todas las palabras que se cambiaban entre aquellos maldicientes! Y a medida que iban poniéndole en claro el suceso y que iban acumulando pormenores, entreverando frases burlonas y reticencias de efecto cómico, su corazón se apretaba, se apretaba poco a poco, como si todos ellos lo fuesen oprimiendo entre sus manos, uno después de otro, para hacerle daño.
Palabra del Dia
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