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Actualizado: 7 de julio de 2025
Por favor, Carmen, sólo tres líneas, para sacarme la curiosidad de lo que ha pensado ahora, sobre la vuelta de José Luis... De pronto se arrepintió de haber venido ese día. Tengo miedo, murmuró, ella podría aparecer, sorprendernos... Oye, creo que ha entrado alguien; están hablando. Se levantaron, pero Carmen oprimiendo contra su pecho el diario abierto.
Raquel, anonadada, palpando en la actitud de Adriana algo inquebrantable, ya no respondió una palabra. Sin embargo, no dejó de espiarla, para encontrar acaso la oportunidad de una última tentativa. Sorprendió en ella indicios de pánico. Más de una vez pudo observarla que se arrodillaba, creyéndose sola, y que oprimiendo contra el pecho un crucifijo, parecía pedir una inspiración al cielo.
Entró por fin en casa. Enteramente trastornada, andaba como una máquina. No había nadie más que Papitos, a quien vio, mas no le dijo nada. Encerrose en su alcoba, tiró el manto y se echó en el sofá, dando un rugido. Después de revolcarse como las fieras heridas, se puso boca abajo, oprimiendo el vientre contra los muelles del sofá, y clavando los dedos en un cojín.
¡Oh papaíto! comenzó Eppie cuando estuvieron solos, tomando y oprimiendo los brazos de Silas a la vez que saltaba a su alrededor para darle un beso . ¡Oh mi papá viejo! ¡qué contenta estoy! Creo que no nos faltará nada cuando tengamos un pequeño jardín; y yo sabía que Aarón nos lo trabajaría prosiguió con aire malicioso y de triunfo ; lo sabía muy bien.
Sí. ¿Qué siente usted cuando me ve? ¿Qué siente cuando otro hombre se acerca a mí, el conde, pongo por caso? ¿Qué siente usted en este momento en que va oprimiendo mi brazo? Descríbame usted sus sensaciones, lo que le pasa por dentro...
Abrió los ojos, y vio cerca de María Teresa una llama ondulante que subía hasta el techo. Un doble movimiento, arrojó en sentido inverso a Juan y a Huberto. Mientras éste tocaba apresuradamente el botón eléctrico, Juan arrancaba la pantalla de vitela que ardía, los papeles de música encendidos a su contacto y, oprimiendo todo entre sus manos, sofocó el fuego.
Oprimiendo cada vez más el brazo de la joven, narrábale al oído cuanto había acaecido en su ausencia, la informaba de todos los pormenores de la casa, deslizando en el relato conceptos halagadores, frases cariñosas que daban testimonio de su ventura.
Al atravesar por esos campos he visto, delante de mi linda quinta, una mujer limpiamente vestida y, antes de que hubiese podido distinguir sus facciones, se ha arrojado en mis brazos y ha regado mis mejillas con sus lágrimas. «¿No me reconoce usted? me ha dicho al verme vacilar ; soy yo, soy aquella a quien la desesperación había impulsado al suicidio y que usted salvó con peligro de su vida; soy yo, a quien usted ha colmado de beneficios, a quien usted ha arrancado a la miseria, a quien usted ha devuelto la dicha; es a usted a quien debo la vida, y mi esposo querido, y mis hijos amados, y quiero...» Ella quería que viese a sus hijos. «Basta, basta le he dicho, oprimiendo su mano contra mi corazón . Usted no sabe si soy bastante fuerte para resistir todo eso.» «¿Y aquella señora joven? ha añadido misteriosamente ; que el cielo os sea propicio a los dos! ¡Tan hermosa y con un alma tan grande! ¡Oh! ¡Con cuántas alegrías debe embellecer ahora su existencia!» A estas palabras yo he vuelto el rostro, estremeciéndome de dolor y de indignación; y ella ha creído... «¡Sí, muerta, muerta, perdida para siempre!», y la he abandonado al error de sus lamentaciones.
Herido el tiburón trató de apelar á la huida buscando en los profundos abismos su salvación; mas todos sus esfuerzos se estrellaron en lo bien templado del hierro que lo aprisionaba, y en la consistencia del aparejo que lo sostenía. Sujeto el cabo é izada la cabeza del tiburón fuera del agua, se le echó un doble aparejo oprimiendo en el círculo de un nudo corredizo las aletas.
Señor de Pierrepont exclamó la vizcondesa, oprimiendo el brazo del marqués ; por todo lo que más quiero y lo que más respeto; por todo cuanto hay de más sagrado, le juro... ¿me oye usted? le juro que Beatriz es inocente de lo que la acusa. ¡Sin duda, se lo ha dicho ella! murmuró Pierrepont sonriendo con amargura.
Palabra del Dia
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