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Actualizado: 20 de julio de 2025
¡Pero, hombre dije estremeciéndome , si sobre aquella loma no se ve más que el cielo! Pos crea usté me replicó el espolique con gran prosopopeya , que, así y con tou, hay mucha tierra que pisar al otru lau.
Cómo me espanta ese matrimonio en que ninguno de los dos se conoce murmuré estremeciéndome... No hablemos de matrimonios exclamó el cura. Estamos en el celibato, hablemos de él... No tenemos más que transportar a las solteronas las cualidades de bondad que admiramos en la mujer casada, para darnos cuenta si está o no en su vocación.
Al vagar toda la noche en el alma desconocida e inquietadora de la ciudad, evoqué, dolorido, sus manos marfileñas y monjiles, sus manos celestes e impuras, divinamente tristes y cruzadas en el fondo de uno de esos pardos y siniestros ataúdes de hospital que conservan hedores de otros cadáveres, y pensé, estremeciéndome hasta los huesos, que en aquella primera noche de la tierra ya el gusano conquistador surgiría de la podre de aquellas manos muertas, que besé tantas veces y por las que había sentido una rara pasión inmaterial.
Al atravesar por esos campos he visto, delante de mi linda quinta, una mujer limpiamente vestida y, antes de que hubiese podido distinguir sus facciones, se ha arrojado en mis brazos y ha regado mis mejillas con sus lágrimas. «¿No me reconoce usted? me ha dicho al verme vacilar ; soy yo, soy aquella a quien la desesperación había impulsado al suicidio y que usted salvó con peligro de su vida; soy yo, a quien usted ha colmado de beneficios, a quien usted ha arrancado a la miseria, a quien usted ha devuelto la dicha; es a usted a quien debo la vida, y mi esposo querido, y mis hijos amados, y quiero...» Ella quería que viese a sus hijos. «Basta, basta le he dicho, oprimiendo su mano contra mi corazón . Usted no sabe si soy bastante fuerte para resistir todo eso.» «¿Y aquella señora joven? ha añadido misteriosamente ; que el cielo os sea propicio a los dos! ¡Tan hermosa y con un alma tan grande! ¡Oh! ¡Con cuántas alegrías debe embellecer ahora su existencia!» A estas palabras yo he vuelto el rostro, estremeciéndome de dolor y de indignación; y ella ha creído... «¡Sí, muerta, muerta, perdida para siempre!», y la he abandonado al error de sus lamentaciones.
Palabra del Dia
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