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Actualizado: 22 de junio de 2025
Las ventanas de las casas de campo, las terrazas de las «villas», se punteaban de negro con la salida de las gentes que abandonaban la mesa del almuerzo. Banderas de diversos colores empezaron á ondear en edificios y tapias á ambos lados de la vía, desde media falda de la montaña hasta la ribera del mar. Don Marcos corrió á la ventana opuesta. Aquí, el paisaje era urbano.
Veredas abiertas bajo las copas de árboles frondosos, dilatadas llanuras en que vereis ondear las mieses al soplo de las brisas, yermos en que podreis contemplar el mar por entre bosques de sombríos pinos, rios en cuyas orillas pacen innumerables rebaños y estan sentados pueblos risueños y pintorescos á la sombra de los naranjos, mares cuyas playas estan ocupadas por puertos y arsenales de antigua nombradía os conducirán á estas ciudades notables por sus monumentos; y admirareis alternativamente aqui la mano del hombre amontonando piedra sobre piedra, cortándola, cincelándola, dándole significacion, pensamiento, vida; alli la mano de Dios dirigiendo el curso de los rios y deteniendo las olas del Océano, cubriendo de vegetacion campos y colinas, haciendo brotar bosques hasta en el fondo de los arenales, prestando al viajero árboles que le defienden contra los ardores del verano y al marino puertos que le salven del furor de las borrascas.
Así, al brillar el sol del nuevo día, y al ondear la enseña soberana, podrás cantar ante la tumba ignota de los caídos en la noche aciaga: " ¡Dormid en paz, oh mártires anónimos, inolvidables hijos de mi raza!
El vientecillo del amanecer hacía ondear los penachos de su sombrero. Cuando avanzaron los doce fusiles, colocándose horizontalmente á una distancia de ocho metros, todos apuntando al corazón, ella pareció despertar. Chilló con los ojos desencajados por el horror de la realidad, que se imponía de pronto. Sus mejillas se cubrieron de lágrimas. Tiró de las ligaduras con un vigor de epiléptica.
De nuevo tomé ocasión de esta victoriosa jornada para hacer ondear nuestra bandera nacional en los altos del cuartel del Polvorín, que se halla á orillas del mar, á fin de que la santa enseña de nuestra libertad é Independencia, fuese vista y contemplada por todos los buques de guerra, que representando todas las naciones más grandes y civilizadas del mundo, se hallaban congregadas en la bahía, observando los acontecimientos providenciales que se verificaban en Filipinas, después de más de trescientos años de dominación española.
De todas las ventanillas surgían brazos arremangados agitando gorros blancos. Sobre los techos, algunos mocetones manoteaban con los brazos extendidos y las piernas abiertas, mientras el viento hacía ondear los pliegues de sus pantalones negros sobre unas polainas claras.
Apenas había transcurrido una hora cuando otra bandera nuestra se vió ondear en la torre de la iglesia de Bakoor, que también se halla á orillas del mar, señal de nuevo triunfo de las tropas revolucionarias contra las fuerzas españolas que guarnecían dicho pueblo, compuestas de unos 300 hombres, los cuales por igual falta de municiones se rindíeron al ejército revolucionario.
Noviembre, 1921. Vedla, llena de gloria, ondear pacífica Sin los arrestos bélicos de ayer, Es la bandera bicolor, magnífica, Que arrastró un día el triunfo por doquier. Es la de España, la nación prolífica Que a pueblos dió la libertad y el ser; La gualda y roja, a cuya luz mirífica Pudo Iberia la gloria retener...
Dorrego conocía el espíritu de los veteranos de la Independencia, que se veían cubiertos de heridas, encaneciendo bajo el peso del morrión, y, sin embargo, apenas eran coroneles, mayores, capitanes, gracias si dos o tres habían ceñido la banda de general, mientras que en el seno de la República, y sin traspasar jamás las fronteras, había decenas de caudillos que en cuatro años habían elevádose de gauchos malos a comandantes, de comandantes a generales, de generales a conquistadores de pueblos y, al fin, a soberanos absolutos de ellos. ¿Para qué buscar motivo al odio implacable que bullía bajo las corazas de los veteranos? ¿Qué les aguardaba después de que el nuevo orden de cosas les había estorbado hacer, como ellos pretendían, ondear sus penachos por las calles de la capital del Imperio?
Cada uno, con agresivo fetichismo, consideraba que el trapo de su nación era más hermoso que los otros y debía ondear triunfante sobre los países inmediatos. Las gentes separadas por un brazo de mar, un río, una montaña ó un bosque, llamados fronteras, se odiaban de un modo feroz, sin haberse visto nunca.
Palabra del Dia
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