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No podían resistir la ausencia de Luna: necesitaban oírle, consultarle, y hasta el mismo zapatero, cuando el trabajo no era urgente, abandonaba su mesilla, y oliendo a engrudo, con el mandil plegado en la cintura y la cabeza en turbantada de pañuelos, venía a sentarse junto a la máquina de Sagrario. La joven fijaba con admiración los tristes ojos en su tío.

JUANA. ¡Jesús! el renegado no ha querido un fraile y se hace acompañar por un sacerdote. ¡Qué corrupción! UNA VOZ. ¿Se han fijado, señores, cómo va vestido? JUANA. Todo de negro... ¡Jesús y qué desvergonzado! En lugar de pensar en la eternidad va oliendo una ramita de jazmín... UN HOMBRE. El infame no parpadea siquiera. ¡Muera! ¡muera!

Lo más característico en el concejal perpetuo era la expresión de su rostro, semejante a la de una persona que está oliendo algo muy desagradable, lo que provenía de cierta contracción de los músculos nasales y del labio superior. Por lo demás, buena persona, que no debía nada a nadie.

Mentira replicó Fortunata, oliendo su propio vestido . Está bien limpia. ¿Para qué dices lo que no es? No, lo que es dentro de casa, estás por aquello de ya engañé. Eso; ponte bien ordinaria y todo lo cursi que puedas. ¡Ay qué gracia!... pues hoy no me he puesto la bata de seda, porque he estado toda la mañana en la cocina. ¿Haciendo qué? Escabeche de besugo. Bien; me gusta.

Una bocanada de aire caliente y espeso, oliendo a estiércol y a vapor animal, dio en la cara a los visitantes al abrirse la puerta de la cuadra. Los caballos cocearon y relincharon, moviendo las cabezas al sentir tras de sus grupas la presencia de gente extraña.

Volvióse como lo pensó; y andando paso a paso, oliendo el clavel de tiempo en tiempo y con la otra mano en la cadera, iba discurriendo al siguiente tenor: El clavel se le cayó a ella de la boca; yo le recogí del suelo y quise dársele; ella le miró, viole sin rabillo, y me dijo: «no sirve ya, puede usted tirarle...» palabras textuales; y yo le tiré, bien sabe Dios que contra mi gusto.

Se acordaba del sol de invierno de la tarde anterior. ¡Paco ya lo había olvidado! no pensaba más que en aquella hermosura fresca, oliendo a yerba y romero que le venía de la aldea a alegrarle los sentidos.

Llegó Bonis al ensayo oliendo a agua de colonia, risueño y arrogante hasta el punto que él podía serlo. Gran algazara había en el escenario. Serafina, radiante, se lo perdonaba con una interjección o una inclinación de cabeza, y cargaba con la responsabilidad.

Al verse entre tanta basura, magullada, rota, sucia, oliendo á vino, á especias, á grasa, á saliva, empezó á lamentarse con estas patéticas frases: «¡Ay, vientecillo de mi alma, levántame y sácame de aquí, por Dios y todos los santos! Me muero en este montón de inmundicia; yo quiero ser libre y pura como antes. A fe que te has lucido, plumita. ¡Qué error tan grosero!

Las dos ofrecían un seductor grupo mirándose en el espejo del tocador, despechugadas, con los brazos al aire y oliendo a carne refrescada por una valiente ablución de agua fría.