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Actualizado: 14 de junio de 2025
Sí, sí, hay que moverse decía Luisa . ¿Qué sería de nosotras, Dios mío, si tuviéramos que reflexionar semanas y meses para echar una cabeza de ajo en un guisado? Lesselé, usted que es más alta, alcánceme esa ristra de cebollas que está colgada del techo. Y la joven obedecía. Hullin no había experimentado en toda su vida mayor satisfacción.
Poco a poco pasó del estado de tolerancia al de protección: primero se rebajó hasta dar algunos consejos a la montañesa, después le dio un pellizco. Se animó aquello. Colás, ponte a la disposición de esas señoras dijo Pedro con voz solemne. Porque el mandato de la Marquesa no había bastado; el pinche obedecía a Pedro y Pedro a su deber.
El animal parecía amaestrado por el lidiador, le obedecía en todos sus movimientos, hasta que éste, dando por terminado el juego, abría sus brazos con una banderilla en cada mano, erguía sobre las puntas de los pies su cuerpo esbelto y menudo, y marchaba hacia el toro con majestuosa tranquilidad, clavando los palos de colores en el cuello de la sorprendida fiera.
Todo su cuerpo inclinado hacia atrás obedecía a palpitaciones irresistibles, y cada inspiración de su pecho comunicándose de su asiento a mi brazo me imprimía un movimiento convulsivo en todo parecido al de mi propia vida.
Aquel hombre, en quien se sucedían repentinamente diversas impulsiones, que no era totalmente incapaz de practicar el bien, pero que obedecía con mayor prontitud a las insinuaciones del mal, había estado, sin duda, próximo a confesar; pero la disposición de su espíritu había cambiado de un momento a otro, y entonces, ansioso de libertad, no había tenido escrúpulo para aferrarse a la tabla de salvación.
A través de su cuerpo se veían los árboles, el banco cercano, las gentes que pasaban. Parecía de cristal, de humo sutil, de espuma impalpable. La hizo señas para que la siguiese, y echó á andar al ver que la vieja le obedecía. ¡Ay, mis piernas!... No podré seguir. Son varios kilómetros. ¡No llegaré nunca!...
Aunque no le llevase más de tres o cuatro años, Nuncita, por la costumbre adquirida, por debilidad de carácter, o por ventura porque no le disgustaba aparecer más joven en presencia de la gente, reconocía la jefatura de su hermana y la obedecía con una sumisión que envidiarían las madres para sus hijas.
¡Ya, ya! ¡Buen truchimán va usted saliendo!... ¡Qué condenada vaca, siempre empeñada en meterse por el prado del tío Fernando!... ¡Garbosa, eh! ¡Garbosa, fuera! ¡Garbosa, aquí! Viendo que la vaca no obedecía, se levantó y fue a ella corriendo, y la obligó a separarse de la linde.
Lázaro estaba perplejo, las dos viejas absortas, la devota satisfecha y Elías entusiasmado. Que quieras, que no, el joven tuvo que hincarse. Híncate, hombre, híncate dijo el tío. Ahora bésale la mano. Lázaro, que sin darse cuenta obedecía las órdenes violentas de su tío, besó respetuosamente la mano de la santa, y la tuvo estrechada un momento entre las suyas.
Como la palabra obedecía mal a su pensamiento, huía los diálogos largos y las conversaciones en corro, limitándose a hacer signos de afirmación o negación con la cabeza, y cuando más, a decir frases concisas, que tomaban en sus labios tono de sentencias pretenciosas. Muchos le consideraban como hombre formal, pero de cortos alcances, y algunos le trataban de burro serio.
Palabra del Dia
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