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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Exploró la calle con una mirada hostil... «¡NadieSu deseo era encontrarse con los enemigos de que hablaba aquella mujer, para desahogar la cólera que sentía contra mismo. Estaba avergonzado y furioso por su pasajera debilidad, que casi le había hecho reanudar la antigua existencia. En los días sucesivos se acordó repetidas veces de la banda de refugiados que obedecía á la doctora.

Tal ascendiente tenía la señora de Santa Cruz sobre aquella alma sencilla y con fe tan ciega la respetaba y obedecía él, que si Barbarita le hubiera dicho: «Plácido, hazme el favor de tirarte por el balcón a la calle», el infeliz no habría vacilado un momento en hacerlo.

Por eso advertí lo que ocurría. Al poco rato, tu padre, sin saber que Leocadia se resistía a que yo la llevara lo que faltaba de Nuestra Señora, me dijo delante de tu hermana que no tenía trabajo, y ella se marchó del comedor en seguida. Cuando nos despedimos en el pasillo la pregunté a qué obedecía aquello y respondió con evasivas.

Actuaba dentro de la villa una junta carlista, que celebraba sus sesiones con cierto misterio y sostenía relaciones estrechas con la junta central, a la que obedecía, y frecuente correspondencia con el ejército del Pretendiente.

Vivía en un pueblo cercano, casado con la mujer que le impulsó a matar por vez primera, rodeado de hijos, paternal, bondadoso, fumando cigarros con la Guardia civil, que obedecía órdenes superiores, y cuando a raíz de alguna hazaña había que fingir que le perseguían, pasaba algunos días cazando en el monte, entreteniendo su buen pulso de tirador.

El marqués de Vegallana era en Vetusta el jefe del partido más reaccionario entre los dinásticos; pero no tenía afición a la política y más servía de adorno que de otra cosa. Tenía siempre un favorito que era el jefe verdadero. El reaccionario creía resolver sus propios asuntos y en realidad obedecía a las inspiraciones de Mesía. Pero este no abusaba de su poder secreto.

Esto lo demostró como dos y dos son cuatro. Segundo: que aun en el caso de ser ciertos los risueños cálculos del presidente, la fe de un pueblo católico, las santas tradiciones, las exigencias del culto divino, el respeto al derecho de los demás y a la ley común, exigían que no se procediese tan de ligero en un asunto tan grave, siquiera porque no se dijese por algún malicioso que se obedecía a un resabio de partido más bien que al rigor de una apremiante necesidad.

Ese muchacho tan altivo, tan turbulento, era casi otro, porque su arrogancia había desaparecido; se había hecho taciturno, reconcentrado en mismo, obedecía al pie de la letra las órdenes de su padre, evitaba toda vez que podía las miradas de sus condiscípulos. El cariño que profesaba a su desgraciado hermano era verdaderamente conmovedor. Estando en la casa, no lo abandonaba ni un instante.

Se sentía fuerte y con voluntad de obrar; impulsábalo a ello un instinto ciego, indefinido, y obedecía a él; era el comandante de campaña, el gaucho malo, enemigo de la justicia civil, del orden civil, del hombre decente, del sabio, del frac, de la ciudad, en una palabra. La destrucción de todo esto le estaba encomendada de lo alto, y no podía abandonar su misión.

No se permitía que nadie entrara a darle conversación, ni se le obedecía cuando suplicaba a Paquito por las noches que le leyese algún diario.

Palabra del Dia

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