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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Había que aprovechar el tiempo, y Mare nostrum iba á todo vapor, haciendo catorce millas por hora, como un buque de pasajeros, deteniéndose únicamente cuando le cerraba el paso un destroyer inglés á la entrada del Mediterráneo, enviándole un oficial para convencerse de que no llevaba á bordo súbditos de los Imperios enemigos.
Ulises le creía capaz de subir al puente declarando que la navegación no podía continuar por haberse agotado los odres del líquido color de amatista procedente de la sierra de Espadán. Sus ojos cegatos reconocían inmediatamente en los puertos la nacionalidad de los buques que fondeaban á ambos costados del Mare nostrum.
Al pie de sus abruptos acantilados estaba el pueblo de los abuelos de Ulises, la casa en la que había transcurrido la mejor época de su niñez. Así debieron verlo de lejos los griegos de Marsilia, exploradores del Mediterráneo desierto, al llegar sobre sus naves que saltaban la espuma como caballos de madera. Todo el resto del día marchó el Mare nostrum casi pegado á la costa.
Quiso ver Ulises otra vez á «los tres mosqueteros» antes de partir de Salónica, pero el batallón había levantando su campo, situándose á muchos kilómetros al interior, frente á las primeras líneas búlgaras. El entusiasta Blanes disparaba ya su fusil contra los asesinos de Roger de Flor. A mediados de Noviembre llegó el Mare nostrum á Marsella.
No querían mostrarse en esta zona del puerto obstruída por montones de fardos, temiendo que se ocultase. Le esperaban cerca de su buque, en un espacio descubierto por el que forzosamente debía pasar. «¡Adelante volvió á repetirse . Si he de morir, que sea á la vista del Mare nostrum!» El vapor estaba cerca. Reconoció su negra silueta pegada al muelle.
Por pertenecer el Mare nostrum á un país neutral, no podía ser vendido á una de las naciones beligerantes mientras durasen las hostilidades. A causa de esto, él lo había enajenado de un modo que no hacía necesario el cambio de bandera. Ya no era su dueño, pero continuaba á bordo como capitán, y el vapor seguiría siendo español lo mismo que antes.
A la vuelta, el Mare nostrum ancló en Barcelona para cargar paño destinado al ejército servio y otros artículos industriales que necesitaban las tropas de Oriente. Este viaje no lo hizo Ferragut por el deseo de ganancia. Un interés afectivo tiraba de él... Necesitaba ver á Cinta, sintiendo que en su alma retoñaba el pasado.
Se haría naviero, adquiriendo nuevos barcos, y poco á poco, por la necesidad de vigilarlos de cerca, acabaría reanudando sus viajes... ¿Para qué abandonar, pues, el Mare nostrum? Sintió que se realizaba en su interior una profunda revolución moral al preguntarse con angustia qué es lo que había hecho hasta entonces. Le pareció un desierto toda su existencia anterior.
Un alarido... La gente corrió... Un hombre acababa de caer redondo, rebotando su cuerpo sobre la cubierta. Tòni, que abominaba de los viajes en ferrocarril, por su entumecedora inmovilidad, tuvo que abandonar el Mare nostrum, sufriendo el tormento de permanecer acoplado doce horas entre personas desconocidas. Ferragut estaba enfermo en un hotel del puerto de Marsella.
Mare nostrum iba á valer como si fuese de oro. Tales predicciones, que Ferragut se resistía á aceptar, empezaron á cumplirse al poco tiempo. Escasearon los barcos en las rutas del Océano. Unos se refugiaban en los puertos neutrales más próximos, temiendo á los cruceros enemigos. Los más eran movilizados por sus gobiernos para los enormes transportes de material que exige la guerra moderna.
Palabra del Dia
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