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El Mare nostrum no sufrirá desgracia. Si le cambiasen el título... tal vez. Pero mientras se llame así, ¿cómo puede ocurrirle nada malo?... Sonriendo ante esta fe, empleó Ferragut su último argumento. Toda la tripulación iba á componerse de franceses: ¿cómo se entendería con ellos si ignoraba su idioma?... Yo lo todo afirmó el viejo soberbiamente.

Cuando Tòni, desde la cubierta del buque, le vió avanzar por el muelle á la mañana siguiente, tuvo tentaciones de esconderse... «¡Doña Cinta, que le llamaba otra vez para interrogarle!...» Pero se tranquilizó al decirle el muchacho que venía por su voluntad á pasar unas horas en el Mare nostrum.

Era posible encontrar otro barco: se ofrecía á ayudarles en la busca. Iba á enviar Mare nostrum á que le esperase en Barcelona, y él permanecería en Nápoles todo el tiempo que ella quisiera. ¡Farsante!... ¡Y yo he creído en ti! ¡Y yo me he entregado considerándote un héroe, tomando como verdad tus ofertas de sacrificio!... Se marchó furiosa, dando un terrible portazo.

Ulises, con su elegante Mare nostrum, no podía luchar contra los capitanes septentrionales, alcoholizados y taciturnos, que aceptaban á cualquier precio el llenar sus buques sórdidos, emprendiendo una marcha de tortuga á través de los océanos. No puedo más decía con tristeza á su segundo . Voy á arruinar á mi hijo. Si me compran Mare nostrum, lo vendo.

Los barcos de carga, carracas á vapor que sólo hacían unas millas por hora, sin llegar á la decena, obligaban al resto del convoy á una desesperante lentitud. El Mare nostrum tenía que marchar á media máquina, haciendo sufrir grandes impaciencias á su capitán en estas peregrinaciones monótonas y peligrosas á través de semanas y semanas.

En cambio, la voz de la cordura, siempre prudente y mesurada, mostró ahora una tranquilidad heroica, hablando lo mismo que un hombre de paz que estima sus compromisos superiores á su vida. «Calma, Ferragut; has vendido tu buque con tu persona y te han dado millones. Debes cumplir lo que prometiste, aunque en ello te vaya la existencia... El Mare nostrum no puede navegar sin un capitán español.

Se veía desembarcando la última vez, enfermo, sin voluntad, anonadado por la trágica desaparición de su hijo. El Mare nostrum llegó á la boca del puerto viejo, teniendo á su derecha las baterías del Faro. Este puerto viejo era el recuerdo más interesante de la antigua Marsella. Penetraba como un cuchillo acuático en las entrañas del caserío; la ciudad se extendía por sus muelles.

Todas las aguas del planeta vieron á Mare nostrum dedicado á los transportes más raros. Gracias á él ondeó la bandera española en puertos que no la habían visto nunca. Hizo viajes por los mares solitarios de Siria y Asia Menor, ante costas donde la novedad de un buque con chimenea hacía correr y aglomerarse á las gentes de los aduares.

Había realizado un esfuerzo enorme escribiendo para los periódicos de España y América numerosos artículos, un cuaderno todas las semanas de mi Historia de la Guerra y dos novelas, Los cuatro jinetes del Apocalipsis y Mare nostrum. Además hice muchas traducciones y otras labores literarias obscuras para la propaganda en favor de los Aliados.

Necesitaba celebrar á su modo la prosperidad del buque. Y de esta prosperidad, lo más interesante para él era poder abusar del aceite y de la caña, sin miedo á recriminaciones en el momento de las cuentas. ¡Cristo del Grao, que durase siempre la guerra!... El tercer viaje de la América del Sur á Europa vino á terminarlo el Mare nostrum en Nápoles, donde desembarcó trigo y cueros.