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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Muchos de los marineros solicitaban permiso para vivir en la ciudad, y el vapor quedaba confiado á la guarda del tío Caragòl, con media docena de hombres para la diaria limpieza. El pequeño Ferragut podía hacerse la ilusión de que era el capitán del Mare nostrum.

Deseaba terminar su vida de estudiante, para hacerse piloto y seguir las prácticas en el puente, al lado de su padre. Tal vez llegase á mandar á los treinta años el Mare nostrum ú otro buque semejante. Mientras tanto, la atracción del mar le arrastraba lejos de las aulas, yendo á ver á Caragòl á la misma hora en que sus profesores pasaban lista á los alumnos, anotando sus ausencias.

Se detuvo en la calle para lanzar una última mirada al hotel. «¡Adiós, maldito albergo!... Nunca volvería á verle. ¡Ojalá se quemase con todos sus habitantesAl pisar la cubierta del Mare nostrum, su forzada satisfacción fué en aumento. Sólo aquí podía vivir, lejos de las complicaciones y mentiras de la vida terrestre.

Adoraba el mare nostrum lo mismo que el médico Ferragut, pero su entusiasmo no prestaba atención á las naves fenicias y egipcias que con sus quillas habían arado por primera vez estas olas. Igualmente saltaba distraído sobre las trirremes griegas y cartaginesas, las liburnas romanas y las monstruosas galeras de los tiranos de Sicilia, palacios á remo con estatuas, fuentes y jardines.

Un amanecer, á la altura de Lisboa, cuando acababa de dormirse después de haber pasado la noche en el puente, le despertaron los gritos y correteos de la tripulación. Un submarino había surgido á mil quinientos metros y marchaba hacia el Mare nostrum á gran velocidad, temiendo sin duda que el buque mercante intentase escapar.

El segundo contempló el mapa silenciosamente, rascándose la barba. Luego fué elevando sus ojos caninos, hasta fijarlos en Ulises. ¿Y ? preguntó. Yo me quedo. El capitán del Mare nostrum se ha vendido con su buque. Tòni hizo un gesto doloroso. Creyó por un momento que Ferragut quería librarse de su presencia y estaba descontento de sus servicios. Pero el capitán se apresuró á darle explicaciones.

Todo el ejército aliado de Oriente, volviendo de la sangrienta y errónea aventura de los Dardanelos ó procedente de Marsella y Gibraltar, se iba amasando en torno de Salónica. El Mare nostrum fondeó ante los muelles, repletos de cajas y fardos. La guerra daba á este puerto una actividad mucho más grande que la de los tiempos tranquilos.

Dos vedijas de espuma empezaron á amontonarse en ambas caras de su proa. Corría con todo el ímpetu de su marcha de superficie; pero el Mare nostrum navegaba igualmente con el impulso forzado de sus máquinas á gran presión, y la distancia entre ambos buques se fué dilatando. ¡Tiran! dijo Ferragut con los gemelos en los ojos. Una columna de agua se levantó cerca de la proa.

Y enardecido por su entusiasmo, se escapaba de las manos de dos marineros que habían empezado á vendarle la cabeza con una pulcritud aprendida en los combates terrestres. Ferragut quedó satisfecho del encuentro. No estaba seguro de la destrucción del enemigo; pero si se había salvado podía llevar la noticia á los otros de que el Mare nostrum era capaz de defenderse.

Sus labios se separaron, lanzando una leve exclamación de sorpresa. ¡Ah!... Se apagó la luz arrogante de sus pupilas. Luego bajó los ojos, y poco después la cabeza. La muchedumbre vociferante lo fué empujando y se lo llevó, sin que nadie se acordase del hombre que había dado la alarma é iniciado la persecución. Aquella misma tarde el Mare nostrum salió de Marsella.

Palabra del Dia

hociquea

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