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Actualizado: 10 de junio de 2025
Don Juan, que comienza a malhumorarse, lanza sin cesar miradas hacia el sitio donde arranca el Viaducto de la calle de Segovia, cuando repentinamente, de entre la negrura del ambiente, surge un bulto de mujer, a quien delatan su airosidad y gallardía. Viene modestísimamente vestida con traje oscuro, mantón, y toquilla de estambre blanco a la cabeza.
La viuda de Quintanar resolvió seguir hasta donde pudiera los consejos de Benítez. Pensaba lo menos posible en sus remordimientos, en su soledad, en el porvenir triste, monótono en su negrura. En cuanto se lo permitió la fortaleza del cuerpo redivivo trabajó en obras de aguja, y se empeñó, con voluntad de hierro, en encontrarle gracia al punto de crochet y al de media.
Mi cuerpo semeja un costal lleno de cantos, mis manos siguen tan mondas como siempre, y el cielo mudo y cerrado para mí. Cuanto a las imágenes de Nuestra Señora de las Vacas e de la Soterraña, a fuerza de mirallas e mirallas, tiemblan e oscilan, como entre el humo de un cirio; pero hablarme, eso nunca; ¡y qué negrura en la mente, qué sequedad, qué apretamiento acá en el corazón! ¡ah!...
Rió de la sobriedad de Ferragut, que aclaraba con agua la rojiza negrura del vino italiano. Así debieron beber sus antecesores los argonautas dijo alegremente . Así bebía indudablemente su abuelo Ulises. Y llenando ella misma la copa del capitán, con una dosificación exageradamente escrupulosa de la parte de agua y la parte de vino, añadió alegremente: Vamos á hacer una libación á los dioses.
Sentía que su mente giraba en una vorágine de negrura, y escuchaba dentro de su cerebro el ladrido de las potencias tenebrosas de la venganza; no viendo sino una sola idea, una sola necesidad, una sola justicia: ¡el exterminio, la muerte! Tomó, sin embargo, sin poder resistirlo, el nuevo beso de Beatriz, devolviendo aquella caricia con una mordedura salvaje.
A los treinta o cuarenta pasos de negrura comenzamos a ver delante de nosotros una pálida claridad. Se adivinaban a esta luz incierta las pirámides afiladas de las rocas, las estalacitas blancas del techo y, abajo, el mar, hirviendo en espumas, semejaba una aglomeración de monstruos de plata revolviéndose en un torbellino. Era realmente extraordinario.
Lo que no pasaba era aquella negrura que se veía sobre el horizonte frontero: lejos de pasar, iba avanzando y extendiéndose en todas direcciones; y cuanto más avanzaba y se extendía, «más de ella» quedaba a la otra parte; vamos, como la «jumera» de un calero muy grande que acabara de encenderse detrás de los montes lejanos.
Un lazo de color de rosa pendía sobre su pecho a guisa de corbata, un ramito de hierbas asomaba a una de sus orejas, y el sombrero de cinta bordada a flores echado sobre el cogote dejaba en libertad una onda de rizos cayendo sobre el rostro moreno, enjuto, malicioso, animado por la luz de unos ojos africanos, de intensa negrura.
Dejo el periódico; trato de dormir otra vez; abro de nuevo los ojos, exasperado. En la negrura, la estrella titilea, blanca, violeta, azul, anaranjada; una luz pasa vertiginosa y marca sobre los cristales una encendida estela fugitiva. Y cuando el tren se detiene de pronto ante una estación solitaria, oigo, en el profundo reposo de la llanura, el tric-trac del telégrafo, sonoro y presuroso.
Uno de ellos, viejo de andrajosos vestidos, inculta barba y retorcida nariz, tenía más apariencias de bandido que de caminante; el otro era uno de los pocos negros que había en Inglaterra por aquella época, y Roger contempló asombrado los abultados labios y grandes y blancos dientes que hacían resaltar la negrura de la tez.
Palabra del Dia
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