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Si no fueses el emblema de la belleza serías el de la salud y de la fuerza. Dice Gustavo Núñez que si me dieses una bofetada me harías polvo... y voy creyendo que tiene razón. ¿Pues cuándo me ha visto tu amigo Gustavo Núñez? Días pasados cuando íbamos de compras con Elena. Debe de ser muy burlón ese amigo. Es el hombre más gracioso que conozco.

Yo me refería a Gustavo Núñez y a mi cuñada Elena replicó Tristán friamente. Elena se mostraba reacia aquel verano para ir al Escorial. Reynoso ya no podía más. Su amor y su prudencia le retenían de tomar la iniciativa, pero empezaba a mostrar en su semblante la impaciencia que le dominaba.

Núñez la miró sorprendido: su actitud y sobre todo aquel tratamiento ceremonioso que nunca había usado si no es en público desde que se hallaban en relaciones le dejaron estupefacto. Y como no se moviera, Elena exclamó con impaciencia: ¡Me siento mal! ¡me siento mal...! Haga usted el favor... Señaló imperiosamente a la puerta.

Formaban la comitiva, entre otros, el novio, el propio capitán Núñez, con aquellos de sus compañeros menos propicios al sexo femenino, Granate, D. Enrique Valero, Saleta, Manín y otros pocos. Al conde no se le pudo arrastrar porque no se le halló. Se dijo que estaba dando órdenes a los criados y vigilando algunas obras allá lejos, pero no se le halló tampoco en ellas.

Un criado arreglaba su habitación, limpiaba su ropa y le ayudaba a vestirse. Muchas veces se vestía en el mismo Club, haciéndose traer el frac y la camisa. La de Peñarrubia utilizaba al muchacho para sus recados y aun para servir la mesa cuando tenía invitados. No; ahí no, Elena... Siéntate aquí. Y después que la tuvo acomodada la condesa sentó a su lado a Gustavo Núñez.

Penélope era la más amable de las mujeres, al decir de Homero, y sabía encontrar para todos una palabra cortés y una sonrisa graciosa. ¿Es que con el tiempo se ha convertido en una viejecita huraña y gruñona? Elena guardó silencio. Núñez siguió bromeando unos instantes; pero viendo que no lograba arrancarle una palabra, despechado, concluyó por imitarla y dejarse conducir hasta la casa.

Y Ángel, que tampoco se acordaba si lo había dicho o no, y temiendo en este último caso que se atribuyera la omisión a un motivo que no cabía en la nobleza de su alma, aceptó con gusto la fórmula que le dio en su pregunta la marquesa, para responder cuanto podía venir allí muy al caso, sin que se tomara en mal sentido la respuesta: Santiago Núñez, antiguo droguero de la calle de la Cruz, y hoy dedicado a negocios de pasatiempo, en la calle Imperial, 15, segundo, derecha, que es la casa de ustedes, con permiso de mi padre, que no desautorizará mi ofrecimiento.

Merchán, citando los arrogantes versos de Núñez de Arce, y dirigiéndose á Cuba: «Y si ser grande y respetada quieres, de no más la salvación esperes

El hombre de la basquiña se acercó a paso lento y reposado y su faz académica se dilató con una sonrisa de plácida condescendencia. El amigo Núñez dijo quitándose el sombrero, que sin duda le molestaba, y acomodándose en una mecedora siempre tan galante, tan lisonjero.

¡Choque usted, Núñez: eso mismo he pensado yo siempre! exclamó Enriqueta Atienza alargando su copa que Gustavo se apresuró a tocar con la suya.