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Actualizado: 29 de junio de 2025


Hace pocos días entré en el café de Levante y le vi a usted en un rincón comiéndose una ración de riñones salteados. «¿Ves aquel señor que está en la mesa de la esquina? le dije al amigo que conmigo venía . ¿Qué piensas que está haciendo?» «Comiendo riñones» me contestó . «Pues no señor, está observando, observando siempre; para él no hay riñones que valganNo tanto, amigo Núñez, no tanto.

Al llegar a ella Elena subió a sus habitaciones. Núñez la siguió. ¿No has recibido mi carta? le preguntó rudamente así que puso el pie en su saloncito. Las malas noticias llegan siempre respondió Núñez. Entonces, ¿qué vienes a hacer aquí? A buscar una explicación. Tu cartita tiene más clara la letra que el espíritu. No te ofenderás si te digo que nunca serás la émula de madama de Sevigné.

Acérquese usted, granuja, arrime usted una silla y venga usted a pedir perdón a Elena de haberla escandalizado hace un momento. Elena nada había hablado a la condesa de las opiniones de Núñez. Siento mucho que no le parezcan bien y si hubiera sabido su disconformidad me guardaría de emitirlas. Debiera usted suponerlo, malvado, porque Elena adora a su marido. Volvemos a lo mismo, condesa.

Al fin Reynoso la cortó jocosamente advirtiendo que les esperaba el almuerzo. Núñez se despidió. Durante el almuerzo Tristán se mostró tan taciturno que Clara, sorprendida y dolorosamente impresionada, no apartaba de él los ojos. Reynoso y Elena se dirigían miradas furtivas, sonriendo unas veces, otras sacudiendo la cabeza con señales de enfado.

Juan José Lezica Martin Gregorio Yanis Manuel Mancilla Manuel José de Ocampo Juan de Llano Jaime Nadal y Guarda Andres Dominguez Tomas Manuel de Anchorena Santiago Gutierrez Dr. Julian de Leiva Licenciado D. Justo José Nuñez, Escribano público y de Cabildo.

Desde aquí había escrito a Núñez una carta anunciándole que estaba resuelta a cortar el lazo amoroso que los unía. No queriendo decirle el motivo real que a ello le impulsaba y no siendo extremadamente hábil en el género epistolar, se perdía en una serie lamentable de frases sin sentido, reticencias y exclamaciones inútiles.

Después de estas palabras Tristán pensó que su amigo iba a manifestar de una vez si había estado o no en la taberna y en caso afirmativo dar una explicación. Pero no fue así. Núñez adoptó un continente más glacial aún que de costumbre y empezó a columpiarse suavemente chupando el cigarro por intervalos y mirando al techo.

Núñez alzó los hombros con indiferencia, se quedó unos instantes silencioso y pensativo, y al cabo poniéndose en pie para irse repuso en voz baja: ¡La envidia...! La envidia, querido Tristán, es un sentimiento tan constante en el corazón del hombre que aun los juicios más exactos, más imparciales acerca de nuestros contemporáneos cuando no les son absolutamente favorables se atribuyen a envidia.

Pocos, y yo conozco uno de ellos. Pues venga ese. Guzmán sacó de su cartera una tarjeta; escribió con lápiz al respaldo de ella el nombre y las señas del domicilio del sujeto, y se la entregó a su amiga, diciéndola: Ahí está. La marquesa leyó: «Don Santiago Núñez. Imperial, 15, , derecha». Después dijo a su amigo: Está bien. Pues ahora voy a comenzar... por el principio.

A Luis Diaz 40 ducados por el de La Demanda que pone el demonio al género humano, con 7 figuras. A Alonso Ramírez por una danza de espadas con 18 figuras. A Lorenzo Núñez por la danza llamada de «La Montería" con 10 figuras. A Melchor de San Miguel por otra de los galanes, ninfas y un toro. A Diego Hernández morisco, 22 ducados por otra con 8 figuras y una ermita.

Palabra del Dia

rigoleto

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