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Actualizado: 25 de noviembre de 2025


Ella, después de permanecer un instante inmóvil, fué á sentarse detrás del mostrador, cogiendo de nuevo la calceta. ¡Ole por el patrón de la barca! gritó uno dentro. Á la paz de Dios, señores dijo Velázquez sentándose en la silla que le ofrecían. ¿Y de dónde viene el hombre á estas horas? preguntó una joven morena, de facciones abultadas, graciosa y ruda á la vez. De la calle.

Y saltando el primero, ofreció el brazo a Lucía, que se apoyó sin ceremonias, y a impulsos de la sed, echó a correr hacia la cantina, donde algunas botellas empezadas, naranjas a medio exprimir, tarros de horchata y jarabe, frasquitos de azahar, se disputaban un mostrador cubierto de zinc y unos estantes pintados de amarillo.

El pan se amontonaba detrás del mostrador, al amparo de los dueños, como si éstos temiesen los hurtos de los parroquianos ó una súbita acometida de los hambrientos que pululaban afuera. Un tonel de sardinas doradas por la ranciedad, esparcía acre hedor.

Que nadie alardease de guapo dentro de su casa, pues antes de hablar ya había echado mano él á una porra que tenía bajo el mostrador, especie de as de bastos, al que le temblaban Pimentó y todos los valentones del contorno... En su casa, nada de reyertas. ¡A matarse, al camino!

La tendera abrió la compuerta del mostrador, y manifestando servicialmente á la condesa que su casa, ella y su familia estaban á su disposición, la llevó á la trastienda. Siguió Santos á la condesa, y cuando quedaron solos entre sacos de garbanzos, castañas y judías, la condesa dijo al secretario del duque: ¿Os ha dado mi padre alguna orden?

Vió poco después algunos de los curiosos que entraban en el bar, deteniéndose ante el mostrador para beber. Hablaban con grandes aspavientos de asombro. Al oir el nombre del griego repetido muchas veces, fijó su atención. Había gritado «¡bancoal empezar una nueva talla, cuando la banca poseía ciento cuarenta mil francos. Sólo aquel hombre de suerte era capaz de tal atrevimiento.

Entre los príncipes del mostrador porteño, el más célebre sin disputa era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perú como el rey del mostrador.

Fué su compatriota González quien, abandonando el mostrador del almacén, se encargó de todo lo necesario para dar sepultura á estos restos. Usted lo que debe hacer es irse á Buenos Aires repetía el almacenero . Don Ricardo y yo le sustituiremos aquí. En la capital trabajará usted por nosotros más que si se queda en la Presa.

La puerta tenía una trampilla en la parte baja, la cual parecía servir de mostrador, de resguardo contra los perros y los chicos, y hasta de balcón en caso de que por allí, cosa no imposible, pasasen procesiones cívicas o religiosas.

Lo que se repartía cuando fuimos era un sol magnífico capaz de derretir las piedras. ¿De manera que usted cree que yo no debo ir á la Segada? Paco Ruiz dijo estas palabras con gravedad cómica. D.ª Feliciana y Carmen rieron. ¡Siempre ha de ser usted el mismo! repuso D. Marcelino un poco amoscado levantando la tabla del mostrador para entrar.

Palabra del Dia

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