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Era un estribillo abrumador... Chirris... entrada del individuo con su puro de estanco en la boca... después pum y otra vez chirris... El amo saludaba desde el mostrador a algún parroquiano que le caía cerca. Los más gustaban de que se les sirviera el café sin ninguna tardanza, y daban palmadas si el chico no venía pronto.

Los muros hasta la altura de un hombre, estaban ennegrecidos por el mismo roce indolente que adelgaza los pilares de las mezquitas. El converso, con sus velludas piernas cruzadas sobre el mostrador, llamaba a los compradores golpeando con fuerza el platillo de su balanza de cobre.

En días de gran venta, cuando había muchas señoras en la tienda y los dependientes desplegaban sobre el mostrador centenares de pañuelos, la lóbrega tienda semejaba un jardín. Barbarita creía que se podrían coger flores a puñados, hacer ramilletes o guirnaldas, llenar canastillas y adornarse el pelo. Creía que se podrían deshojar y también que tenían olor.

Necesitaba olvidar, y sabía dónde le esperaba el olvido. Sus pies de jugador sintieron el mismo irresistible deseo de actividad que los del ebrio cuando piensa en el mostrador del bar. Castro y Spadoni cruzaron con él varias miradas. ¿Si fuésemos á dar una vuelta por el Casino? propuso uno. Y los tres desaparecieron.

Semejante manera de arbitrar fondos, produjo como consiguiente era, un sinnúmero de abusos, que denunciaron otras tantas fortunas improvisadas y caudales adquiridos á la sombra de un mostrador, en que la mercancía venía gravada con el impuesto de considerables primas, en que los comerciantes eran meros factores, y en que los dueños eran puramente nominales.

¡Vamos! ¡fuera! repite Martín haciendo un gesto como para saltar a la garganta del primero que proteste. Dos minutos después han salido todos... Sólo el tabernero está allí todavía, paralizado por el miedo, detrás del mostrador. Al volverse Martín hacia él, con una mirada amenazadora, comienza a quejarse en tono llorón del transtorno causado en su tienda.

Despachaba detrás del mostrador con más humos que un ministro en su poltrona, recibiendo a sus parroquianos con un hocico y unos dengues como una señorona de horca y cuchillo.

En la mesa grande, casi vacía, se alzaban solitarios los altos floreros, y a la luz escasa era lúgubre la mancha blanca del enorme mantel, semejante a un sudario. Sobre el mostrador, un quinqué de petróleo despedía en torno un círculo de claridad anaranjada, concreta, y el amo del establecimiento sirviéndole de pupitre la tableta de mármol , escribía guarismos en una gran agenda.

Precisamente; nos habíamos reunido la noche antes en mi tienda toda la crema de la calle del Perú; Tobías Labao, Narciso Bringas, Policarpo Amador, Hermenegildo Palenque: la flor del mostrador, que durante la tiranía de Rozas había estado metida en un zapato, y nos fuimos a la barra.

El señor Melchor, que se había quedado fuera del mostrador como una cosa olvidada, oía, estremeciéndose, el sonido excitador del oro que contaba maese Longinos. ¡Me he perdido! exclamaba ; mi hombría de bien me ha puesto en el caso de no poder aguantar á mi mujer lo menos en tres meses; esta aventura me va á costar una enfermedad.