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Fortunata salió de la cocina sin decir nada, cejijunta y con los labios temblorosos. Fue a la alcoba y observó a su marido que dormía profundamente, pronunciando en su delirio opiáceo palabras amorosas entremezcladas con términos de farmacia: «Ídolo... De acetato de morfina, un centigramo... Cielo de mi vida... Clorhidrato de amoniaco, tres gramos... disuélvase...».

Lidia tenía ella misma bastante qué hacer cuidando a su madre, postrada al fin. Como no había posibilidad de reconstruir lo ya podrido, y aún a trueque del peligro inmediato que ocasionara, Nébel pensó en suprimir la morfina. Pero se abstuvo una mañana que entró bruscamente en el comedor, al sorprender a Lidia que se bajaba precipitadamente las faldas.

Como Robledo permaneciese silencioso, Elena volvió á apoderarse de la botella para llenar su copa, apurándola con lento regodeo. Mientras bebía señaló con los ojos á la muchachuela, que continuaba fumando y tosiendo. Es cómo todas las de ahora: morfina, cocaína, etcétera... Yo soy de mi época, estilo antiguo; las tales drogas me ponen enferma. Sólo creo en lo clásico.

A las diez de la noche Lidia llegó corriendo a la pieza de Nébel. ¡Octavio! ¡mamá se muere!... Corrieron al cuarto de la enferma. Una intensa palidez cadaverizaba ya el rostro. Tenía los labios desmesuradamente hinchados y azules, y por entre ellos se escapaba un remedo de palabra, gutural y a boca llena: Pla... pla... pla... Nébel vió en seguida sobre el velador el frasco de morfina, casi vacío.

Otras atribuían su palidez y sus ojos eternamente asombrados á la morfina, al opio, á todos los líquidos y perfumes del estupor, creadores de «paraísos artificiales». La pequeña Alicia de otros tiempos apuraba su vida á grandes tragos, hasta el fondo de la copa. Lubimoff creyó no verla más, pero á los pocos días empezó á recibir cartas de ella.

Estaba enferma; apenas si salía de su hotel; una enfermedad que roía sus entrañas, un cáncer al que había que domar con continuas inyecciones de morfina para que no la hiciera desfallecer y rugir de dolor con sus crueles arañazos. La desgracia la había hecho volver sus ojos a Dios; se arrepentía del pasado, quería verle...

Era terriblemente histérica, pero con rara manifestación desbordante; los nervios desordenados repiqueteaban hacia adentro, y de aquí la súbita tenacidad en un disparate, el brusco abandono de una convicción; y en los prodromos de las crisis, la obstinación creciente, convulsiva, edificándose a grandes bloques de absurdos. Abusaba de la morfina, por angustiosa necesidad y por elegancia.

Si viniera el médico la aplacaría dándole esos pinchacitos que llaman yeciones... ¿sabe?, una gotita de morfina». Sin duda por esta frecuencia de los accesos veíalos Severiana con relativa calma, como los que se acostumbran a los prodigios del dolor humano en las clínicas.

Luis encontraba cada vez más simpático a aquel buen señor, de trato tan llano a pesar de sus millones, y que lloraba a su mujer más aún que él. Durante la noche, cuando la enferma descansaba bajo la acción de la morfina, los dos hombres, compenetrados por aquella velada de sufrimientos, conversaban en voz baja, sin que en sus palabras se notara el menor dejo de remoto odio.

Sin su bienaventurada persona dicho sea de paso y el amor de marras, no en qué hubiera acabado aquello... ¿Qué dice Vd.? Digo le he respondido que casi estoy tentado de declinar el honor que me hacen los Funes, admitiéndome a su mesa... Ayestarain se echó a reir. ¡No embrome!... Le repito que no sabían dónde tenían la cabeza... Pero para opio, y morfina, y calmante de mademoiselle, , eh?