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Actualizado: 5 de junio de 2025
«Mi querido amigo, mi segundo padre: »Cuando lea usted estas líneas, habré cesado de vivir. He reunido y conservado cuidadosamente las pociones de morfina que usted me dio, cuando después de la muerte de Marta, perdí el sueño; habrá lo suficiente, así lo espero, para asegurarme el descanso.
Como era de prever, la muerta no había logrado hacer desaparecer completamente las huellas de su suicidio: en el vaso encontrado en su mesa de noche, quedaban adheridas al vidrio, gotas de un líquido cuyo sabor indicaba claramente, aun a los profanos, que se trataba de una solución de morfina.
Sólo que nuestros nautas naufragan en seco, sobre el asfalto de las calles, en los figones absurdos y en los hórridos hostales. A la caza de las rimas sustituye muy pronto la pesca de las dos pesetas o del café con media tostada, ese seudoalimento tan literario. El veneno de las letras es más fuerte que la morfina, que el éter y que el alcohol.
El sepulturero volvió, y echándose de pecho en el suelo, apoyado en los codos y el frasco bajo las narices, esperó. ¡Su cloro! No es mucho, que digamos. Y aún morfina... ¿Usted conoce el amor por los perfumes? ¿No? ¿Y el Jicky de Guerlain? Oiga, entonces. A los treinta años me casé, y tuve tres hijos. Con fortuna, una mujer adorable y tres criaturas sanas, era perfectamente feliz.
Pero quizá la dosis que había tomado era demasiado débil, quizá el tiempo hacía más de un año que Marta había muerto de parto, y en esa época era cuando él había dado a Olga la poción calmante quizá el tiempo había atenuado la fuerza del veneno. Sí, sí, así era; era preciso que así fuera. Mal conservada, la morfina puede descomponerse y volverse inofensiva.
Debía de haber tenido, como mujer, profundo encanto; ahora la histeria había trabajado mucho su cuerpo siendo, desde luego, enferma del vientre. Cuando el latigazo de la morfina pasaba, sus ojos se empañaban, y de la comisura de los labios, del párpado globoso, pendía una fina redecilla de arrugas.
Al aparecer Alberto, temió que gritase también aquella mujercita vestida de luto que tenía á su lado. Pero era silenciosa en su dolor. Contempló la visión con unas pupilas agrandadas é inquietantes, que hacían recordar los ojos de los aficionados á la morfina. Cerraba los labios con fuerza, y por ambos lados de su boca corrían dos hilos de lágrimas.
Los frascos de morfina están ahí, en salvo en el fondo de mi gaveta; un presentimiento me decía que algún día los necesitaría, cuando los reservaba secretamente, a despecho de las órdenes de mi anciano tío el doctor. Las pocas horas de sueño que he perdido me serán devueltas así al céntuplo. Escribiré todavía una carta a mi tío; él será mi heredero y mi confidente.
Se llamó a toda prisa al doctor, que estaba en Babilonia, y cuando llegó, Petrov se encontraba ya mucho mejor, gracias a la presencia de gente y a una fuerte dosis de morfina que le habían dado; pero seguía temblando de pies a cabeza y jadeando.
Su esperanza dijo es la misma de los hombres, que siempre aguardan un buen negocio el día siguiente. Y así se les pasan los años; y como están solas, para alegrarse un poco se entregan a la morfina, a la cocaína, al opio, al éter. Ignoraba la policía tales vicios. Como las gentes del país no gustaban de ellos, no constituían un peligro nacional. Eso era para las gringas nada más.
Palabra del Dia
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